“Es que esa persona ya es mayor, tiene por lo menos treinta años”. ¿Os suena esta frase? ¿Os recuerda a aquellos maravillosos años cuando éramos mocosos y nos reuníamos con nuestros amigos para decir barbaridades como esta? A mi me vino este recuerdo cuando estaba a punto de cumplir los treinta. ¡TREINTA AÑOS! Y claro, se me pusieron los pelos de gallina. ¡Porque ya era mayor! Había parpadeado y los veinte pasaron tan rápido como el mes de agosto. Un visto y no visto. 

Pero no os preocupéis, que ya lo he superado, y aquí estoy yo para explicaros que no sólo seguimos siendo unos jovenzuelos aunque lleguemos a esa edad de mayores, sino que además, los treinta van a ser mejor de lo que os esperáis.

Por un lado, económicamente hablando, a los veinte no tenías ni un céntimo. La llegada a fin de mes era a base de pasta. El desfase al salir de fiesta dependía de cuántos números había en tu cuenta corriente. Si eran más de tres, entonces no había problema en pasarte la noche bebiendo cubatas. Pero cuando veías que en el banco te quedaban tan solo unos eurillos, el botellón en casa era la mejor opción. Se convertía en tu mejor aliado. 

A los treinta esas cosas no pasan. Eres, POR FIN, económicamente independiente (sí, con suerte, ya lo sé). El único problema es que todo ese dinero con el que antes habías soñado para poder desmadrarte ahora no quieres gastarlo porque te ha costado sudor y lágrimas conseguirlo. Te das cuenta de que crecer es una trampa. Y eso si decides salir de marcha, porque lo de quedarse en casa en pijama hace que se te queden los ojos en blanco del gustirrinín. 

Por otro lado, los amores veinteañeros son más romances pasajeros que otra cosa. Sí que puede que te encuentres con tu media naranja, pero lo que más te apetece es hacerte un zumito con varias. Experimentar, vivir, disfrutar. Rollitos de una noche o de varias.. Llevas la soltería como si fuese una medalla de oro de los juegos olímpicos. Porque en realidad lo único que importaba era salir de fiesta y sacarse la carrera como fuera. 

Las cosas cambian cuando ya cumples los treinta. Es verano, llegas al pueblo, te encuentras con la típica señora mayor que conoces desde que tienes memoria y después de darle los dos besos de cortesía te pregunta a ver si ya tienes novio. Pues no señora. He estado muy ocupada sacándome una jodida carrera, y un jodido máster, y acostándome con quien me apetecía. No he encontrado a alguien, ni tampoco lo necesito.

Sigamos con el tema de las amistades. A los veinte quieres ser amiga de todo quisqui. Quieres tener un millón de amigos y que todo el mundo te conozca. Que tus redes sociales estén a fuego. Notificaciones por aquí y notificaciones por allá. Quieres que te inviten a todas las fiestas y que te cuenten todos los cotilleos. Cuando llegas a los treinta te das cuenta de que te sobran “amigos”. Que lo que necesitas es ese grupito que se puede contar con los dedos de una mano. Que te da igual lo que digan los demás. Te das cuenta de que sólo importa que aquellos que siempre han estado ahí, ahí sigan. Que prefieres estar en una esquinita con los de siempre que en el centro rodeada de demasiadas personas. El concepto de amistad cambia, y cambia a mejor. 

Por último, a los veinte años te preocupas por todo lo que tenga que ver con tu físico. TO-DO. Te preocupa el qué dirán y por qué lo dirán. Tienes miles de millones de inseguridades con las que te crees que vas a pasarte toda la vida, pero no! Con el tiempo descubres que tú eres tu peor enemiga y pasas a convertirte en tu mejor aliada. Nada de esconder esas piernas con celulitis o ese estómago con estrías. Esas niñatadas que tanto te preocupaban pasan a un segundo plano (¡y ya era hora!). 

Y como estas cosas muchas más. Los treinta han llegado lo quieras o no. Vívelos con ganas y descubre que lo mejor aún está por llegar.

Esperemos que el sentimiento sea el mismo cuando lleguen los cuarenta. Lo que sí que sé es que no los voy a esperar con miedo.

 

Lucía L. García