La ciencia demostró hace unos años que el vínculo entre una madre y su hija es de los más intensos que existen.
La Universidad de California y la Universidad de Stanford publicaron en el “Journal of Neuroscience” en 2016 una investigación conjunta en la que se determinó que la relación madre-hija mostraba conexiones neuronales muy similares, totalmente diferentes a las de cualquier otro vínculo familiar.

Se llegó a la conclusión de que madres e hijas tienen una anatomía idéntica en la parte del cerebro que gobierna las emociones y los estados de ánimo. Las madres asimilan así, y empatizan más con las emociones de sus hijas y viceversa, y por ello, al ser tan similares emocionalmente, las relaciones entre ambas no siempre son fáciles.

Cuando eres una niña tu madre es un ser de luz que te protege, te cuida, se convierte en tu modelo a seguir y a quien imitar.

Cuando eres una adolescente esta relación cambia, buscas tu propia identidad, te vuelves su peor crítica, no estás de acuerdo con nada de lo que dice. Deseas ser libre cuanto antes y tener tu espacio que crees controlado por ella. Rebelarse en su contra es lo normal en esta etapa y lo que menos quieres es parecerte a ella jamás.

Pero entonces creces, dejas de sentir esa hostilidad y ya no la ves como el enemigo a batir, si no como la mejor consejera y a la que siempre vuelves como la niña que fuiste, buscando consuelo, porque ahí, en sus brazos estás segura independientemente de la edad que tengas. Y empiezas a ver que te estás convirtiendo en ella.

Sin darte cuenta te sorprendes acuñando frases como; “¿Si los demás se tiran de un puente tú también?”, “¡Cómo vaya yo y lo encuentre…!”, “Qué te crees que soy el banco de España?”, (Luz encendida) “¿Te crees que soy la dueña de Fenosa?”, “Porque lo digo yo y punto” y muchas otras que seguro estás cansada de escuchar en su boca.

De repente eres su calco cuando te enfadadas, cuando hablas, cuando cocinas (si tienes esa suerte), cuando ríes y cuando lloras. El reflejo que te devuelve el espejo es el suyo.

La contemplas cara a cara con otros ojos, la mirada que ahora ves es la de la mujer que hay detrás de la madre. La de la mujer con pasiones, con temores, que siente y padece más allá de ser tu madre.

Te pones en sus zapatos, aquellos con los que un día jugabas y tan grandes te quedaban, y descubres lo difícil que es caminar con ellos. Y entonces entiendes sus miedos, sus enfados, sus tristezas y el porqué de cada decisión que antes cuestionabas.

Madres, es algo que nos une a todos. Buenos, malos, mayores, pequeños, todos tenemos una. Algunas serán comprensivas, otras controladoras, otras exasperantes, otras divertidas, otras duras, otras tiernas, no habrá una igual a otra. Ni todas las relaciones madre-hija serán iguales.

Yo me convertí en su reflejo.
Ojalá no se apagara nunca.
Ojalá fueras eterna mamá.
Siempre centellearás en mí.

Marta Freire