En el momento en que se recostó por primera vez sobre tu pecho, la vida cambió para siempre.

Olvidaste el dolor que sentiste y creías no poder soportar, pero lo hiciste como una guerrera.

Olvidaste que el parto no fue como te lo habías imaginado, pese a los mil y un artículos leídos, las clases de yoga, los ejercicios de respiración.

Te diste cuenta que aunque te obsesionas con controlarlo todo, las cosas no siempre salen como queremos, y hay que aprender a soltar el timón.

Descubriste que tenías un montón de miedos que desaparecieron y fueron reemplazados por una intuición que despertó desde lo más profundo.

Descubriste también el poder y la fortaleza que tienes dentro y te respetas y admiras mucho más por eso.

Eras consciente de todos los mitos creados alrededor de la lactancia y la maternidad, pero caíste en sus redes y dudaste de ti misma. Te sentiste culpable por hacer o dejar de hacer.

Comprobaste que los tabúes están ahí, y que nadie habla de algunas cosas que nos pasan y son «normales» aunque no se nombren.

Te diste cuenta que poco se dice y acompaña en el posparto, como si todo lo que viene luego de parir no fuera una montaña rusa con muchas cuestas arriba. Por eso buscaste tu tribu, te refugiaste en tu burbuja.

Miraste tu cuerpo y te avergonzaste. Sabías que tenías que darte tiempo y estar agradecida por esa transformación capaz de albergar vida, pero no pudiste evitar llorar.

Te cansaste de la opinología de personas desconocidas, de los cuestionamientos, de los consejos que no pediste y agradeciste de todos modos. Decidiste, acertadamente, que nadie más que tú toma las decisiones en el camino.

Sobrevives a muchas noches sin dormir. Te pasas medio día con la ropa vomitada. Estás acostumbrada a tener la teta fuera.

Te diviertes jugando y cantando como una niña. Bailas canciones infantiles hasta quedar agotada.

Ya eres una experta comiendo y haciéndolo todo con una mano. Te ríes a carcajadas y secas lágrimas de emoción.

Te pasas compartiendo fotos y vídeos. Festejas la salida de los dientes, la primera palabra, el primer paso.

Con cada aumento de peso tú también creces a la par, aunque a veces te gustaría que el tiempo no pasara tan rápido.

Así eres feliz.  Y el mundo, con sus luces y sombras, no puede parecerte más maravilloso cuando tu hijo/a sonríe al mirarte

Tienes entre tus brazos al amor más incondicional de tu vida, y él tiene a la mejor madre que pudo haber elegido, lo hagas como lo hagas, seas como seas.

Es curioso que todavía hay quienes se atreven a llamarnos malas madres…

¿Malas? ¿Malas para quién?.

 

Anónimo