La lactancia materna.

Asunto delicado, ¿verdad?

Es ridículo, pero lo cierto es que es de esos temas bomba que no se pueden tratar en cualquier círculo, así como así.

Por alguna estúpida razón parece que las madres debemos dividirnos en team teta y team bibe. Como si, una vez más, tuviésemos que elegir un bando y ponernos en contra de las que pertenecen al otro. Como si no hubiera grises entre el blanco y el negro.

Como si una opción fuera mejor que la otra.

Como si no se tratase de una decisión libre en la que nadie debe meterse si no se le ha pedido opinión, leches (nunca mejor dicho).

Hay madres de teta, madres de fórmula y hasta un tercer grupo de madres que combinan ambas modalidades.

Y todas las opciones son igual de válidas, no nos cabe ni la menor duda.

Pero en este post vamos a hablar del primer tipo porque, como veis más abajo, cinco lectoras nos han contado sus experiencias con la lactancia materna, ¿maravilla o pesadilla?

 

  • PESADILLA. Yo quería dar pecho, no me había planteado otra alternativa. Cuando se trató la lactancia en las clases de preparación al parto, la matrona nos dijo que todas las mujeres podían lactar y que todos los bebés podían mamar. Que era un mito eso de que, a veces, simplemente no es posible. Y que no tiene que doler. Recuerdo perfectamente que dijo que no tenía que doler. Pues a mí me dolía. Desde el primer minuto, sin necesidad de grietas ni mastitis ni nada así. Me dolía la misma succión. La niña no se enganchaba bien, no cogía como debe ser el pezón. Pedí ayuda a las matronas, probamos con pezoneras, pero no había manera, sin embargo, succionaba perfectamente los biberones. Así que, como a cabezona no me gana nadie y yo quería criarla con leche materna, me la sacaba y se la daba en bibe. Calentita, recién exprimida, porque no me gustaba el aspecto que tomaba al congelarla. En toooooodas las tomas. Aguanté cuatro meses y muchos me parecen ya.

 

  • MARAVILLA. La verdad es que tuve mucha suerte. A nosotros nos fue genial desde el principio. El niño se cogió al pecho nada más nacer, la leche me subió cuando tocaba y no tuvimos ningún problema más allá de morir de sueño las 24hrs porque el peque pedía superseguido. Pero, por lo demás, fue una experiencia maravillosa desde el primer día hasta casi un año y medio después que tuvo lugar el destete. Y lo mismo con el segundo, aunque al principio se complicó porque tenía el frenillo lingual corto. No obstante, una vez operado, todo fue sobre ruedas.

  • NI FU NI FA. Tuve muchas dudas durante todo el embarazo. No sé por qué me daba miedo y algo de rechazo la idea de dar pecho. No puedo explicarlo, solo sé que me imponía. No me veía alimentando a mi bebé de esa forma, por más que supiera que es lo más natural. Tanto dudaba que me había autoimpuesto un plazo para decidirme por una vía o por otra, la fecha límite era la semana treinta y ocho. Y me puse de parto justo en la anterior. Estaba ya en el paritorio con mis contracciones y mi chico apartándome el pelo de la cara y yo pensando ‘joder, ¿qué hago? ¿Pido la pastilla o lo intento?’. Total, que nació el niño, me lo pusieron encima y sin pedir permiso se puso a boquear y a buscar un pezón al que agarrarse, mi pobre. Las hormonas, las drogas, el instinto o la combinación de lo anterior, tal vez, pero el caso es que de pronto la duda parecía resuelta. Y, salvo por una grieta jodona que me amargó la existencia un tiempecillo, no tenía queja… Hasta que me incorporé al trabajo. En las semanas previas habíamos comenzado a darle algún biberón de fórmula de vez en cuando, y nos iba muy bien. Pero al poco de empezar en la guardería el niño comenzó a rechazar el pecho. Solo quería la tetina y yo no estaba dispuesta a sacarme la leche. De modo que ahí se terminó la lactancia materna. Y no pasó nada.

 

  • PESADILLA-MARAVILLA. A mí me apetecía darle pecho, pero no me obsesionaba. Si por lo que fuera no podía, pues para eso existen la leche de fórmula y los biberones. Cuando nació la niña me la puse encima y se enganchó a la primera. Me molestaba un poco al iniciar la succión y nada más. Yo estaba tan contenta. Pero al segundo día, con la subida de la leche, se me pusieron las tetas como ubres. Estaban enormes, calientes, y duras como piedras. Me dolían al moverme y a la más mínima presión. Una de ellas estaba tan, pero tan llena, que se me deformó el pezón y la bebé no podía succionar. Y como ella no succionaba, aun se me ponía peor. Vino la matrona a ayudarme y como ni con pezonera se podía agarrar y yo moría de dolor… tuvo que ordeñarme un poco. Y enseñarme a mí a hacerlo. Mira, en mi vida. Os juro que esa teta me pesaba como seis kilos ella sola. Me dieron el alta y antes de ir a casa paramos en la farmacia a comprar un sacaleches de esos manuales con forma de trompeta.

Me metí en el baño, vi las estrellas para sacármela del sujetador, coloqué el aparatillo ese y di una dolorosa succión. Aquello era como un aspersor, sin necesidad de volver a apretar la pera llené todo el depósito. Y cuando me lo saqué seguía disparando leche en una docena de mini chorritos que salían en todas las direcciones. Usando el sacaleches conseguía que bajase un poco la inflamación y la niña pudiera hacer algunas tomas de ese pecho también, así que, muy poco a poco, conseguí que se igualaran y empezar a darle de ambos en condiciones normales. Ahora me hace gracia, pero me dolían una barbaridad y me asustaba verme aquellas cosas enormes, duras y con bultos que antes eran mis queridas tetas. Además, me había convertido en una especie de surtidor, me tenía que cambiar los discos de lactancia cada hora o me mojaba la ropa.

Como a las dos o tres semanas de dar a luz ya todo iba como la seda y no volví a tener problemas nunca más. Pero vaya si se me hicieron largas.

 

  • MARAVILLA-PESADILLA. Mi experiencia con la lactancia materna fue tan buena, que se convirtió en una pesadilla. Me explico. No tuve problemas para instaurarla, empecé a producir sin problema y la niña succionaba muy bien desde el principio. Además, era muy eficiente, hacía tomas muy cortitas y a los tres meses ya dormía toda la noche del tirón sin necesidad de tomas nocturnas. La pesadilla comenzó cuando volví al trabajo. Yo no me podía permitir una reducción de jornada, pero mi hija no aceptaba nada que no fuera mi teta, por lo que se pasaba sin comer nada desde las nueve de la mañana hasta casi las ocho de la tarde. Cuando llegaba a casa se escuchaban sus alaridos desde el portal. Lo intentamos con mil tetinas diferentes, con cuchara, con una gasita empapada en mi leche… sin éxito ninguno. Era muy chiquitina para pasar tanto tiempo sin comer y no nos quedó más remedio que empezar a introducir la alimentación complementaria un poco antes de tiempo. Así ella comía algo y yo no me pasaba toda la jornada mirando el reloj y pensando en ella. Desde entonces seguí dándole el pecho a demanda (fuera de mi horario laboral) hasta que ella misma se cansó cuando tenía poco menos de tres años y un hermano en camino. Mi segundo hijo se alimentó con lactancia mixta desde el primer día. Una para aprender…

 

Podríamos reflejar aquí otros veinte testimonios y todos serían diferentes.

¿Quieres contarnos tu experiencia con la lactancia materna?

 

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