Dejé de vivir con mi madre a los 24 años. Y ojalá hubiera podido ser antes. Ahora tengo 33 y cada vez que nos vemos acaba sucediendo lo mismo: Acaban por resurgir todas esas actitudes que me ponían de los nervios cuando vivía con ella.

Os podéis imaginar la situación cuando nos vamos de viaje en familia o bien vamos a pasar unos días con ella para que vea a los nietos. Y ahora que viene el verano con más motivos todavía.

Ella es cariñosa, agradable, simpática y muy leída. Sabe de todo, vaya. Eso es arma de doble filo, y para las que tenéis hijos u opiniones dispares a la familia sabéis de lo que hablo. Además, tiene CERO paciencia y una mala leche que te cagas.

mamá

Tanta mal leche que mis amigos de adolescentes no querían ni picar al timbre o llamar al teléfono para no molestarla. De hecho algunos hoy en día y con los años que han pasado aún le tienen miedo.

Ir con ella a cualquier parte es armarse de paciencia para afrontar la situación y para aguantar su mala hostia cuando las cosas no suceden al ritmo que ella cree necesario: Un semáforo muy largo, un ciclista en la vía, un camarero muy lento, que no haya plaza en el parking de minusválido (es coja), o cualquier contratiempo puede ser motivo para arremeter con quien tenga delante.

Hemos tratado de apaciguar sus nervios e intentar que respire hondo y no vaya faltando el respeto a los demás; muchas veces le he pedido que evite ese tono condescendiente y tajante que todos conocemos y odiamos, ya que no funciona con nosotros. Pero si, a veces, me puede sus formas de hablar y entro al trapo. Admito que no hemos llegado a las manos de milagro, porque discusiones a grito pelado hemos tenido unas cuantas.

mamá

De pequeña creía que con la edad iría a menos. Ilusa de mí: Ha sido todo lo contrario. Cuanto más mayor, peor es el panorama. Y todo esto se va magnificando a medida que pasamos más tiempo juntas; es decir, cuanto más tiempo menos paciencia tengo para aguantar sus tonterías. Cada vez que pasamos más de dos días juntas acaban saltando chispas.

Un viaje a Cuba que podría haber sido puro placer en el paraíso acabó en desastre por defender a los trabajadores del hotel (y eso que no tenían razón, pero no iba a dejar que les hablara como si fueran idiotas). Una escapadita a ver a la familia a Valencia también acabó en desastre por no haberle dado las indicaciones correctas del GPS, el cual me marcaba una ruta que justamente esa época del año estaba en obras y estaba inaccesible. Un fin de semana en su casa o incluso una comida familiar puede resultar el caos si no hacemos lo que ella quiere que hagamos sin que nos lo diga.

 

Y la quiero, eh, pero es agotador contener esa explosión de emociones y fingir que no te afecta. Salir de su casa fue la mejor decisión que tomé para mejorar mi relación con ella porque de adolescente saltaba a la mínima. Tantos años separadas me han enseñado que es una pérdida de tiempo rebajarme a su nivel, por lo que trato de mantenerme al margen del conflicto aunque vaya conmigo.

 

Sé que no soy la única en conflicto con ciertas respuestas o actitudes de su familia más próxima; o puede que a algunas os parezca una gilipollez. Lo escribo porque el distanciarme de ella, y haber tenido hijos yo ahora, han hecho que mi vínculo con ella mejore enormemente (cosa que creía imposible en algunos momentos).

No tengo la solución unánime a todos los problemas de todas las familias, pero a nosotras nos sirvió: Vernos poco y querernos mucho.

 

MOREIONA