En la revisión de los 4 años de mi sobrino, a mi hermano le dijeron que tenía un retraso en el lenguaje bastante importante. Que podía no ser nada serio, simplemente que le estuviese costando arrancar, pero que, por si acaso, lo mandarían al neurólogo a valorar y que mientras le recomendaban consultar con un logopeda.

Mis padres se disgustaron un poco al ver la preocupación de la pediatra, pues hasta ahora solamente se comentaba que iba un poco lento en el lenguaje y poco más. Al empezar el “cole de mayores” si que notamos ya bastante diferencia en el comportamiento entre los demás niños de su edad y él. Es hijo único, nieto único, sobrino único, no teníamos más niños como referencia para saber la gravedad o no de la evolución que llevaba ni con los que él pudiera interactuar para ver si había alguna dificultad. Pero desde el cole llamaron pronto avisando de que algo no iba como debía ir y que, aunque era un niño muy bueno y muy tranquilo, no entendía en absoluto las dinámicas del cole, no jugaba con sus compañeros ni se integraba en absoluto.

Mi hermano seguía diciendo que su hijo era como él, que iba a su ritmo y que lo presionaban demasiado, que solamente había que dejarlo fluir. La cita de neuropediatría se hacía esperar, así que la pediatra insistió en que debía consultar con logopedia para ver si podían ir avanzando en algo. Él salió de allí cabreado. Se pasó la tarde buscando en internet lo que se suponía según la edad que debía conseguir decir el niño, los “objetivos mínimos para que dejen de marearlo” y , teniendo en cuenta que no alcanzaba más que a decir las sílabas finales de algunas palabras, decidió empezar por lo básico.

Cuando llegué a su casa una semana después, me lo encontré sentado en el sofá viendo la tele. Mi hermano recogía la cocina tranquilamente y mi sobrino estaba tan absorto a los colores la música que salían de la tele que ni se dio cuenta de que yo había llegado. Cuando le pregunté qué veía, mi hermano contestó “está con los logopedas” y se rio a carcajadas.  Yo, que no entendía nada, enarqué una ceja a modo de pregunta y él me dijo que, para empezar por algún sitio esa “estimulación del lenguaje” que tanto insistían en que debía recibir, había decidido que lo primero sería el saludo y la despedida. Así que, una hora cada día, debía ver los Teletubies en casa, ya que eran los dibujos infantiles que más veces decían hola y adiós.

No me podía creer lo que estaba oyendo… En vez de consultar con un especialista, él había consultado en Google y le ponía dibujos.

Cuando llegó finalmente la cita tan esperada, la neuropediatra lo tuvo claro muy pronto, aunque le pidió varias pruebas y test para confirmar, el niño tenía un Trastorno Específico del Lenguaje. Cuando mi hermano rebatió aquella afirmación con todo lo que había leído sobre que no se debe forzar a lo niño que se tomen su tiempo, etc; la doctora lo frenó y le dijo que, efectivamente, tenía razón, pero que el caso de su hijo era diferente. El niño no solo no hablaba sino que no entendía prácticamente nada y que este trastorno era mucho más que simplemente “tardar un poco más en hablar”. Le advirtió que, de no acudir a un especialista, el niño podría no desarrollar ningún tipo de lenguaje comunicativo y que pronto sería un problema más importante para él y su entorno, ya que no podía expresar sus necesidades ni entender a sus adultos de referencia y, menos aun, a sus iguales. Le dijo que cuanto más tiempo tardase, más crecería sus compañeros y más empezarían a ser conscientes de sus diferencias y eso podría frustrarle.

Vi la intención de la doctora con aquellas palabras. Ella veía que a mi hermano, para convencerlo, solamente debía hacer una leve mención de que a su hijo pudieran llamarle “rarito” en el colegio par que él, como el ex popular niño guay del cole que se reía de los “frikis” en el colegio, identificase a su hijo como un buen objetivo para la burla y se pusiera las pilas pronto.

Mis padres se ofrecieron a apoyar económicamente las terapias del niño y, unos meses más tarde, con el diagnóstico en la mano y varias horas de logopedia a la semana, el niño empezaba a decir alguna palabra y parecía entender alguna frase corta.

Hoy, que ya han pasado 3 años, mi sobrino se defiende bastante bien con el lenguaje. Le cuesta un poco y algunas cosas las pronuncia raro, pero está muy integrado en su grupo y tiene un montón de amigos. Hace poco le dije q mi hermano, de broma, que ya llevaba yo al niño al logopeda y encendí la tele. Él me miró avergonzado, yo lo abracé y le dije que lo estaba haciendo bien. Pues, desde poco después de comenzar con las terapias, se metió de lleno en una asociación de padres de niños con TEL y se había hecho un experto. De hecho, hace poco me dijo que estábamos muy desactualizados, ya que ahora se dice TDL (Trastorno de Desarrollo del Lenguaje) y que lo anterior había quedado obsoleto.

Le hizo falta reconocer que había sido un capullo en su infancia para reaccionar y hacerlo bien con su hijo. Estoy segura de que mi sobrino está en las mejores manos y que conseguirá lo que se proponga en la vida.

 

Escrito por Luna Purple, basado en la historia real de una seguidora.

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