ME ACOSTÉ CON UN HOMBRE QUE PODRÍA SER MI ABUELO

¿Alguna vez os habéis planteado ir al bingo a ligar con sexagenarios? Yo tampoco, pero me ha pasado.


Tengo veinticuatro años, y aunque todavía me quedan muchas experiencias por vivir, ya he vivido bastantes. En lo que al amor se refiere, he tenido varias relaciones, siempre con chicos de mi edad, año arriba año abajo. Pero hace unos días viví algo que pensé que jamás me pasaría: me acosté con un hombre que podría ser mi abuelo.

Y, aunque me avergüenzo un poco de ello, tengo que confesar que me encantó. Sé que ahora os estáis imaginando a un señor tipo Papá Noel: gordo, canoso, con una barba blanca espesa… Pero este chico, bueno, señor, no tenía nada que ver. Era más del estilo de Viggo Mortensen o Jon Bon Jovi, canoso pero bien peinado, con barba de unos pocos días, mandíbula prominente, ojos claros y sonrisa para dejarte petrificada.

Como os decía, lo conocí en el bingo, una noche en la que mis amigas y yo no sabíamos qué hacer. No teníamos ganas de salir de fiesta a una discoteca ni tampoco de quedarnos en casa, por lo que se nos ocurrió la maravillosa idea de ir al bingo, a ver si había suerte y nos tocaba algo. Siempre con salud y sin derrochar, por supuesto. Nos vestimos elegantes para la ocasión y allá que fuimos. Yo iba toda mona con un vestido rojo a juego con mi color de pintalabios. Llegamos allí, nos pedimos unas copas y un par de cartones.

Mis amigas y yo éramos el centro de atención, y no por guapas, que también, sino porque éramos lo más escandaloso que os podéis imaginar. En la mesa de al lado había un grupo de señores trajeados hablando tranquilamente y jugándose algún que otro cartón. No paraban de mirarnos, y el señor que se parece a Viggo Mortensen hizo contacto visual un par de veces conmigo. Como os digo, llevaba traje, pero se intuía por debajo de la ropa que estaba en buena forma. Tenía algunas arrugas que le daban ese toque de madurito atractivo, y las canas ocupaban casi todo su cabello. Me levanté al baño, y al salir me crucé con él. Fue entonces cuando pude ver bien de cerca lo atractivo que era. Me saludó educadamente con una sonrisa, y me preguntó si podía invitarme a una copa. He de decir que cuando se dirigió a mí llamándome «señorita» me sentí un poco… rara, pero pensé que no había nada de malo en tomarse algo con un desconocido por muy mayor que fuese. Todas mis amigas lo habíamos hecho estando de fiesta, con gente más joven, eso sí.


Nos sentamos en la barra que había en el lateral de la sala, y comenzamos a charlar. Se notaba la diferencia generacional, pero a medida que avanzábamos en la conversación, más me gustaba, y más atractivo me parecía. Tenía una forma de moverse y de mirarme con mucho magnetismo. Y qué coño, me daba morbo gustarle a alguien que me sacaba cuarenta y pico años.

No sé si fue la desinhibición provocada por el alcohol o lo atípica que era la situación, pero cuando me propuso ir a su casa, le dije que sí. Quizás debí haber sido más precavida, y sin duda debí haber avisado a mis amigas, pero simplemente me dejé llevar por el momento. 

Por un lado, tenía miedo y no paraba de replantearme lo que había hecho. Por otro, me preguntaba si sería como Christian Grey y al llegar a su casa me encontraría con un pisazo de lujo y una sala del dolor. Pisazo de lujo sí, chicas, se notaba que el señor manejaba pasta. Pero nada de cuartos de la tortura. Nos sentamos en su mega sofá mientras nos tomábamos otra copa. Puso jazz en su tocadiscos y bajó las luces. Todo muy de película, y bastante romántico.

Me contó que se había quedado viudo muy joven y que nunca había vuelto a tener una relación estable. Seguro que cada semana se llevaba a alguna jovenzuela a su casa. Tenía el piso muy bien decorado, con fotos de sus nietos colgadas en la pared, cosa que me hizo volver a la realidad de que estaba a punto de enrollarme con un abuelo. Pero era mirarle a los ojos, y caérseme las bragas.

Y acabamos haciéndolo allí mismo, en su sofá de cuero negro. Después pasamos a su cuarto, que era increíble también, y tenía una cama enorme. Fue todo tan delicado, tan cuidadoso, y tan romántico. Se notaba que era un hombre clásico, aunque muy juvenil a la vez. A la mañana siguiente, él se fue de casa a hacer unos recados, y me dejó preparado el desayuno con una notita y su número de teléfono apuntado. Yo no me atreví a comer nada, simplemente me fui, con una sensación extraña. Cuando llegué a mi casa y veo el móvil, tenía quinientos mil mensajes de mis amigas. Les dije que me encontraba bien y que ya les contaría cuando nos viéramos.

Quedamos esa misma tarde a tomar algo, y no dieron crédito a lo que me había pasado. Los vaciles también hicieron acto de presencia en la conversación, no os vayáis a pensar. Que si soy una asaltatumbas, que si me voy a ir de viaje de novios con el imserso…. En fin, he pensado en llamarle, pero he decidido que es mejor que todo se quede ahí, y recordar esa noche como la noche en la que me acosté con un señor que podría ser mi abuelo.

Anónimo

Envía tus movidas a [email protected]