Hace un tiempo volví a estudiar para intentar quitarme una espinita clavada desde mi adolescencia. Digamos que tenía yo mucha prisa por hacerme mayor, trabajar e independizarme y dejé de lado los estudios muy pronto cuando se me planteó un dilema que me impedía seguir mi plan de estudios inicial. Directamente lo tiré todo a la basura y me puse a currar.
Ahora, a dos años de los 40, me veo en el instituto. Estoy estudiando un FP a distancia para poder compaginarlo con la crianza de mis hijos y otras responsabilidades. Como no puedo acudir a las clases y tutorías que se proponen en grupo, solamente hablo con mis compañeros y compañeras a través de los foros.
Fue ahí como conocí a Paula. Una mujer en una situación similar a la mía. Ella tiene un hijo pequeño y está sin trabajo. Tiene intención de hacer este ciclo y poder hacer las prácticas en alguna empresa en la que pueda quedarse después a trabajar. En mi caso, mi intención es seguir mi formación a largo plazo, este ciclo es simplemente una manera de acceder a lo que quiero hacer y saber si estoy “en forma” como para poder meterme de lleno en mi formación.
El caso es que yo tengo muy poco tiempo para dedicarle a los estudios por mis exigencias familiares y porque me he embarcado en varios proyectos a la vez.
Contrariamente a lo que creí que ocurriría, me está siendo relativamente sencillo sacarlo y me siento muy orgullosa de los resultados que obtengo.
El año pasado hubo una asignatura que se me atravesó. Me llevaba muchísimo tiempo prepararla y hacer todas las tareas propuestas. Al atender esa asignatura dejaba de atender las otras, por lo que decidí simplemente hacer las tareas que puntuaban y dejarla a un lado mientras me centraba en el resto. En el foro de esa asignatura conocí a Paula.
Cuando nos vimos en persona en un examen empezamos a hablar.
Vivimos lejos la una de la otra, pero por las coincidencias de la vida, teníamos bastante en común. Ese examen era realmente difícil, pero si has trabajado por cuenta ajena antes, todo te suena y más o menos alguna cosa puedes deducir.
Saqué un cinco raspadísimo que hubiese sido un suspenso de no haber entregado un trabajo no obligatorio que nadie más quiso entregar.
A Paula le pareció un poco mal que ella, tras horas y horas de estudio, sacase solamente un punto más que yo, que reconocí no saber los títulos de los dos últimos temas.
Entonces llegué al examen de una asignatura que realmente era sencilla de verdad. Sin falsa humildad, sin fanfarronear, era muy fácil. Le pedí a mi marido que me hiciese los test (para no ver las respuestas) el día anterior y él mismo hubiese sacado una buena nota sin saber de qué iba, por pura lógica.
Al llegar al examen me encontré a Paula y estaba muy nerviosa, me dijo que había pasado dos noches enteras estudiando. Me recriminó que me veía muy tranquila. Le dije que me parecía una asignatura fácil y que apenas había leído el temario. Ese día sacamos la misma nota y entonces me dijo directamente que no era justo que su esfuerzo no se viera recompensado.
Este año se me han juntado varias asignaturas realmente complejas y una con una profesora algo atravesada. Estoy bastante agobiada, pero he sacado el trimestre limpio. Esta profesora a la que menciono puso un examen muy muy difícil. Aprobamos muy pocos. Paula suspendió. Cuando le dije que me pareció difícil se enfadó porque difícil era para los que habían suspendido. Se ve que yo, por aprobar, no tenía derecho a quejarme.
Entonces nos vimos en el examen de la asignatura más difícil de todo el ciclo. Allí estaba ella, cargada de apuntes y nervios. Y yo, realmente nerviosa y no habiendo dedicado el tiempo que esa asignatura precisa por falta de tiempo.
Nos saludamos, nos hacemos las preguntas de rigor “¿Cómo estás? ¿cómo lo llevas?”. Y yo contesto sinceramente: “Estoy bastante agobiada, casi no pude estudiar y lo llevo fatal”. Entonces ella me mira con cara de asco y me dice que siempre digo lo mismo y al final saco mejores notas que ellas, se gira y me da la espalda.
Dos semanas después supe que habían cambiado la hora de un examen y no encontraba el email en el que concretaban la hora. Le escribí para preguntarle y no me contestó.
Menos mal que encontré el email porque lo vi a tiempo de no perdérmelo por los pelos. Ese día me saludó con la cabeza de lejos y no se acercó.
Al parecer es culpa mía que le cueste más horas estudiar que a mí.
Cuando empezamos las vacacione me preguntó por las notas definitivas. No me dijo las suyas hasta que se cercioró de tener mejor media que yo. Me dijo que estudiaba más de 40 horas a la semana y no soportaba pensar que yo, que no le dedico ni una cuarta parte, saque las mismas notas que ella.
¿Y yo qué culpa tengo? Pues nada, ahora tengo una compañera rebotada que me mira de reojo. Con 40 como si tuviéramos 15.
Escrito por Luna Purple, basado en una historia real.
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