Así que resulta que mi amiga, digamos que se llama María, me pide dinero prestado. Estábamos pasando el rato en mi casa cuando, de la nada, me lanza la pregunta: «¿Puedo pedirte un favor? ¿Podrías prestarme algo de dinero?».

Al principio, no me pareció gran cosa. Todos hemos estado en situaciones apretadas, ¿verdad? Así que sin pensarlo mucho, le paso algo de efectivo, pensando que todo estaría bien y que me lo devolvería en un santiamén.

Pero, adivina qué, nunca vi ese dinero de vuelta. Cada vez que intentaba sacar el tema, Maía parecía esquivarlo como si fuera una bola de fuego. Comenzó a inventar excusas, como que estaba esperando un cheque o que le habían retenido el salario. La clásica, ya sabes.

Finalmente, me harté y decidí confrontarla. Le dije que necesitaba el dinero de vuelta y que, sinceramente, estaba empezando a sentirme un poco estafada. Y ¿adivina qué? ¡Se puso a la defensiva!

Me soltó un rollo sobre cómo estaba pasando por momentos difíciles y que no era justo que la presionara así. Como si yo estuviera ahí, contando cada centavo. Al final, por no hacer la situación más incómoda y porque caí un poco en su chantaje emocional, dejé el tema estar. 

Después esta situación con María, decidí tomarme un descanso de nuestra amistad. No quería seguir siendo la «banca» de la amistad, y necesitaba tiempo para procesar lo que había sucedido. Pero, por supuesto, la vida tiene sus propias ideas.

Un par de meses después de nuestra confrontación, recibí un mensaje de texto de María, pidiéndome prestado dinero de nuevo. Mi primer instinto fue decir «sí», como siempre lo había hecho. Pero algo dentro de mí se negó esta vez. No podía permitir que se repitiera la misma situación. 

Con cuidado, le recordé a María los  problemas que habíamos tenido con el préstamo de dinero en el pasado y que en este momento no me sentía cómoda prestando dinero. Le aseguré que estaba dispuesta a escuchar si necesitaba ayuda con otra cosa, pero que no podía comprometer mis finanzas de nuevo de la misma manera.

La respuesta de María no fue la que esperaba. Se puso a la defensiva de inmediato, acusándome de ser egoísta y de no ser una buena amiga. También me acusó de intentar hacerle sentir mal por tener menos dinero que yo. Intenté explicarle mis razones con calma, pero la discusión sólo se intensificó.

Después de esa conversación, nuestra amistad se volvió tensa y distante. María comenzó a evitarme en las reuniones sociales y nuestras interacciones se volvieron incómodas.

Tiempo después, me enteré a través de una amiga en común, que la historia que ella iba contando era muy distinta a lo que había sucedido. Según María, yo le había pedido dinero a ella hace tiempo y ahora que ella me lo pedía a mí, yo me negaba a prestárselo. Fui contándole la verdad a algunas amigas al principio, pero me cansé al poco tiempo y decidí no ponerme a su nivel y así evitar que este drama horrible continuara. 

Me dolió perder su amistad, pero sabía que había tomado la decisión correcta al proteger mis límites y mi bienestar financiero.

Nunca pensé que algo tan trivial como el dinero pudiera arruinar una amistad. Pero bueno, supongo que es lo que hay. Por lo menos aprendí a ser más cautelosa con los préstamos, ¿verdad?

 

Anónimo

Envía tus movidas a [email protected]