Yo siempre había pensado que el día más bonito de mi vida sería la boda de mi hermana. Por dos motivos: la quiero más que a nadie, y es una boda que yo no tendría que pagar. Mi idea era dar un regalinchi y pasarme toda la velada bebiendo vino de la barra libre y comiendo canapes. Era el plan perfecto. Por eso cuando me dijo que se casaba yo lloré de alegría durante 15 minutos de reloj.

Los meses siguientes fueron maravillosos. La acompañé a mirar el vestido, preparé con sus amigas la despedida de soltera, probamos tartas… Y me compré un vestido en Asos por 25 euros que parecía una famosa en Los Oscar. 

A mí siempre me han gustado las bodas, pero casarme es algo que jamás me ha hecho especial ilusión. Me parece un negocio terrible y no tengo ni el dinero ni las ganas de esforzarme tanto para un único día. Esto mi novio lo sabía de sobra, y por suerte pensaba igual que yo. Pero el hecho de no querer casarnos no significaba que no estuviésemos disfrutando a tope con los preparativos de la boda de mi hermana.

Pasaron las semanas y llegó el gran día. Era una masía preciosa en un pueblo de nuestra ciudad y mi hermana estaba espectacular. Yo hablé en la ceremonia, mis padres lloraron, los hijos de mi hermano mayor prepararon un baile, comimos jamón… Todo fue ideal. Y cuando llegó el momento del banquete y nos sentamos, surgió el drama.

Al acabar de cenar empezó a sonar una canción de The Killers que a mi hermana y a mí nos encanta. Yo ya me veía venir lo que iba a pasar. De repente apareció con un ramo precioso. Me lo regaló y dijo unas palabras que a mí me emocionaron, porque como el amor de una hermana no hay otro. El problema es que los gañanes de turno empezaron a hacer comentarios a mi novio…

«Buenooo, ya verás, te ha tocado.»

«Vais a ser los siguientes, ehhh… Prepárate.»

«Mira que cara de marido se le está poniendo al novio.»

Como teníamos hablado y rehablado el tema de que no queríamos casarnos, no di importancia a estas gañanadas. El ramo para mí simplemente fue un gesto de amor fraternal, pero se ve que mi novio no lo vio así.

Se pasó serio el resto de la boda, y al acabar la fiesta y subirnos al bus me soltó la bomba:

– ¿Estás bien? Te he notado un poco raro…

– Te voy a ser sincero. Creo que deberíamos dejarlo. No estoy preparado para un compromiso serio.

En ese momento yo me quedé en shock. Llevábamos saliendo 10 años y viviendo juntos 4. Yo no sé dónde veía él el compromiso, pero bueno. El caso es que no tuve palabras y me pasé el viaje en silencio mirando por la ventana sin saber que decir. Llegamos a casa y me dijo que ya no estaba enamorado de mí. Yo lloré. Él lloró. Y supongo que mientras tanto mi hermana estaría dándole al tema como una descosida.

Me costó muchísimo superar esta ruptura y entender que a veces el amor se acaba. Al principio le odié, pero con el tiempo me di cuenta de que no era culpa suya. Simplemente la boda de mi hermana fue un punto de inflexión para él. Ahora yo estoy soltera y él se casó. Conoció a una chica y se enamoraron, y creo que tienen un perro. Prefiero no cotillear mucho para no sufrir.

A veces me resulta inevitable pensar «¿Por qué ella sí y yo no?», pero el amor es así. Azaroso e incongruente.

La vida es como un mix de frutos secos. A veces coges un puñado y sólo hay cacahuetes. Otras te toca comerte garbanzos o, peor todavía, uvas pasas. Eso sí, siempre tendrás algo que llevarte a la boca.

 

Anónimo

 

Envía tus historias a [email protected]