De pequeña daba clases de ajedrez en el colegio como actividad extraescolar. Cuando terminé primaria lo dejé, y con mis veintitantos me apeteció retomar el juego, así que me apunté a dar clases. Allí conocí a mucha gente maja, pero sobre todo me llevaba genial con un chico, Carlos. 

Sinceramente era sólo eso, ME LLEVABA GENIAL. No me gustaba, no me atraía, era un amigo para mí. En cambio, para él la cosa era diferente. Hubo varias veces en las que, tomando algo, se me insinuó y tuve que pararle los pies porque no quería fastidiar nuestra amistad y realmente yo no sentía eso por él. 

Llegó un día en el que yo ya estaba harta de quedar con tíos Tinder que salen rana y veía que Carlos seguía insistiendo en que pasara algo entre él y yo así que me dije “Oye, si pasa, que pase.”  Esa semana quedamos para cenar en mi casa y me dio por comprar tequeños y nachos para hacer cenita mexicana, acompañada por un vinito bien rico que diera rienda suelta a lo que pudiera pasar. Y pasó… O al menos empezó a pasar. 

En un momento dado, Carlos volvió a intentarlo y esta vez no le frené. Empezamos a besarnos, a tocarnos un poquito y la cosa se calentó más que el chili que había comprado para los nachos de la cena, cena que no nos había dado tiempo a comer, ni a tan siquiera hacer. 

 Cuando estábamos a punto de desnudarnos del todo y empezar con el “chiqui-chiqui” Carlos paró y me dijo que quería irse a casa, que veía que la cosa entre nosotros iba demasiado rápido. Yo no daba crédito… ¿rápido? Pero si había intentado liarse conmigo desde hacía meses … ¿Ahora íbamos rápido?

La cuestión es que Carlos cogió y se fue a su casa. Yo, un poquito contenta por el vino, me fui a dormir entre risas sin creerme lo grotesco de la situación, pero lo peor fue a la mañana siguiente. Abrí la nevera y vi que los tequeños que había comprado para la cena no estaban. ¡Carlos se los había llevado a su casa!  

Nunca olvidaré esa noche en la que me quedé sin polvo, sin amigo y…. ¡sin tequeños!

Anónimo

 

Envía tus movidas a [email protected]