No me gustan los niños. Nunca me han gustado. Tengo el instinto maternal de una cucharilla de café. Además, por lo poco que he interactuado con ellos (soy el último recurso de canguro entre mis familiares y amigos, pero alguna vez ha pasado), yo no les gusto a ellos.
Por esto, como os podéis imaginar, tener hijos no es algo que entre en mis planes. Lo tengo claro desde siempre. Tanto que, aunque me ha costado muchos años y dinero, en cuanto pude me operé para que no hubiera sorpresas.
A mis parejas siempre se lo he dejado claro. Para mi es un no rotundo. No voy a cambiar de opinión, no intentes convencerme. De hecho, varias de mis relaciones se han terminado por este motivo. Entiendo que si queremos cosas diferentes una relación a largo plazo no puede funcionar. Hasta que conocí a Nacho.
Como yo, parecía seguro de no querer descendencia. Y como yo, dijo estar operado, por si las moscas.
Tras cinco años de relación marcada por el buen rollo, y por una pasión que yo no había visto ni en las películas, nos casamos. Es que era todo de cuento. Que sé que la relación perfecta no existe, pero esta se le acercaba bastante. O eso pensaba yo.
Llevábamos año y medio casados cuando, un día, me pidió que nos sentásemos a hablar.
Nervioso, empezó a balbucear algo de una exnovia, de un crío, de un error, y de asumir responsabilidades.
No tenía ni idea de lo que estaba hablando. Cuando se calmó un poco, empezó a explicármelo todo de nuevo. Esta vez poco a poco.
Resultó que, mi marido, el anti-niños, tenía un hijo de 8 años. Había tenido un hijo con su exnovia, pero dejaron la relación cuando éste era solo un bebé. Siempre se ha hecho cargo de su hijo (o eso dijo él, no me quedé lo suficiente para conocer la otra versión), pero quería dar un paso más y estar más presente en su vida. Eso implicaba tener una habitación en nuestra casa parra que pasase aquí la noche varias veces a la semana.
Por lo visto, él veía al crio con frecuencia, tres veces a la semana. Los días que a mí me decía que iba a jugar al pádel después de trabajar. Y como teníamos cuentas separadas, nunca sospeché nada.
No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Cómo cojones me había ocultado algo así? Que no estamos hablando de una mentirijilla piadosa para protegerme. Estábamos hablando de una mentira con patas, que se mueve, y que hasta piensa.
Ahora, había acordado con la madre tener un rol más activo y habían pactado una custodia compartida. Se arrepentía mucho de no haberlo hecho antes, pero tenía miedo de mi reacción. Me lo quiso decir antes de la boda, pero nunca encontraba el momento. ¿En serio? ¿En casi siete años nunca has encontrado el momento? Por si fuera poco, esperaba que yo también me hiciera cargo de esa criatura. Que le hiciera la cena, que le lavara la ropa y que le recogiera del colegio cuando fuera necesario. ¡Yo!
No se si me lo tomé todo demasiado a la tremenda, o si no supe gestionar las emociones bien, pero terminé con él en ese mismo momento.
Por suerte, mi piso estaba vacío (lo solíamos tener alquilado ya que vivíamos en el de él, pero mis inquilinos acababan de marcharse y aún no había encontrado reemplazo), así que hice la maleta con todo lo que pude cargar y me marché.
En mi entorno, tanto familia como amigos piensan que reaccioné muy mal. Que no es algo tan grave como para terminar toda una relación. Mi madre incluso dejó de hablarme por una temporada para que recapacitara. Que no tirara todo por la borda por un capricho. ¡Capricho! No querer tener hijos era simplemente un capricho para mí.
Pero, sinceramente, no es por el hijo (que también), si no por la mentira.
Se pegó casi siete años mintiéndome a la cara todos los días sobre algo, para mí, super importante. ¿Cómo podría volver a confiar en él? ¿Cómo puedo saber si me está mintiendo sobre algo más?
Desde que me fui, no he vuelto a verle ni a hablar con él. Mi hermano se encargó de recoger el resto de mis cosas y los abogados se encargaron del resto.
Mis amigas siguen pensando que yo soy la única mala de esta historia. Que no debí discriminarle de esa manera por hacer lo correcto y querer enmendar sus errores. ¿Cómo lo veis vosotras? ¿Realmente soy la mala?
Anónimo.