La verdad es que no salgo muy a menudo de fiesta.

Soy más de planes de tranqui con mis amigos. Prefiero mil veces una tarde de cañas o de risas tirados en cualquier parque o playa, que salir de farra hasta la madrugada. Sin embargo, salgo de cuando en cuando porque a mis amigos les gusta y una también tiene que adaptarse un poco. El caso es que hace unas semanas cumplía años uno de ellos, el más fiestero quizá. Y le apetecía celebrarlo a lo grande en una discoteca concreta que hay en un polígono de una ciudad relativamente cercana. Si bien, teniendo en cuenta el grado de alcoholismo con el que acabarían la mayoría esa noche, optamos por reservar habitaciones para todos en un hostal en las proximidades. Básicamente para poder dormir la mona un rato con tranquilidad y luego aprovechar para hacer algo de turisteo antes de regresar a casa.

Quedamos en la casa del cumpleañero para cenar y, sobre todo, para que los que no iban a conducir pudieran empezar a beber. A mí no me gusta mucho el alcohol, así que solo me tomé una cerveza con la cena. Después nos trasladamos al polígono en cuestión y entramos en aquella discoteca enorme y sorprendentemente llena para ser tan temprano. Lo último que recuerdo es que, al poco de llegar, fui a los baños con otra de las chicas del grupo y que, cuando volvíamos al lugar en el que estaba el resto de la pandilla, me encontré con una compañera de la facultad y me paré a saludarla después de decirle a mi amiga que fuera yendo con los demás.

No fueron más que unos pocos minutos de charla. Me despedí de la compañera y traté de volver con el resto. Había mucha gente, no había estado nunca allí y me desorienté, porque no los encontraba. Aunque, finalmente, después de deslizarme por entre aquella marea de cuerpos en movimiento, conseguí dar con mi amiga. Estaba esperándome atenta y me había visto buscarlos.

 

En total, debí de estar unos quince o veinte minutos perdida. Me uní a mis amigos y me puse a bailar. Hasta ahí lo recuerdo más o menos bien. Fue a partir de entonces cuando empecé a encontrarme mal. Comencé a decirle a las chicas que se me salía el corazón del pecho, que me mareaba. Por lo que me contaron, se preguntaron entre ellos si me habían visto beber, aunque les extrañaba que lo hubiera hecho. Me preguntaban a mí si me había tomado algo, pero yo no era capaz ni de responder de forma coherente. Estaba como delirando y tenía las pupilas superdilatadas.

En un momento dado, me vieron tan mal, que optaron por dejar la discoteca y llevarme al hostal. Cuando ya creían que era mejor llamar a una ambulancia, dejé de decir incoherencias y de tener espasmos, por lo que decidieron esperar un poco. Por suerte no fue necesario. Pude ir a mi médico al día siguiente por mi propio pie.

Por el relato de mis amigos y el examen realizado, el médico dedujo que, de alguna forma, había consumido escopolamina. Es decir, que me drogaron en una discoteca y no sé ni cómo. No bebí más que unos cuantos sorbos de una botella de agua que me dieron cerrada. No bebí de la copa de nadie, no ingerí nada, no comí nada. Ni siquiera puedo decir que sintiera que alguien me hubiera hecho algo mientras me chocaba con toda aquella gente. Buscamos señales de pinchazos, nada. Lo único que tenía era un arañazo en el dorso de la mano que no recordaba tener antes de llegar a la discoteca. Pero me lo pude haber hecho después de tantas maneras…

No hay ninguna prueba de que alguien me hubiera drogado, pero todo parece indicar que fue así por los testimonios de mis amigos, la opinión del médico y el horrible malestar que sufrí al día siguiente.

Así que, tengo mucho miedo, pero también me siento afortunada por haber estado con mis amigos en todo momento y por que ellos no me dejaran sola ni me dieran por borracha sin más. Quién sabe qué habría ocurrido si mi amiga no se hubiera preocupado de asegurarse de que volvía con ellos cuando nos separamos.

 

Anónimo

 

Imagen destacada