Nunca aprendí a ser yo misma. Es así.

Cuando era pequeña, mi madre me educó en ponerme recta, cerrar las piernas, beber sin hacer ruido, ir bien peinada… Es decir, en dar una imagen externa perfecta y de “señorita”. También me educó en que, si estaba gorda, no podía hacer gimnasia rítmica llevando un maillot tan apretado con el que se me veía la celulitis, asomaban los michelines o marcaba demasiada barriga.

En ningún momento dedicaba una lección a quererme a mí misma, a mirarme en el espejo y ver una mujer contenta por ser yo o, incluso, a cuestionarme si lo que sentía era felicidad o conformismo. Hasta entonces, todo giraba en torno a lo que dijera mi familia: qué comida comer (y cuánta), que música escuchar, qué libros leer y como vestir. Llegó un momento, en el que unas niñas me preguntaron cuál era mi color favorito y no supe qué contestar. Nunca había sido yo misma, sino la persona que esperaban de mí.

Durante la adolescencia y adultez, la cosa no cambió y comenzaron las relaciones con los chicos.

Eran relaciones en las que veían lo bien educada que estaba, lo “señorita” que era y, siendo consciente de mi físico, vestía bien pero sin sobrepasarme enseñando de más.

En esas relaciones, tenía que ser la pareja perfecta para ellos y eso conllevaba compartir gustos. Si uno era director de cine, yo tenía que verme todas las películas de sus directores favoritos para tener tema de conversación. Que otro era gamer, pues a aguantar 6 horas seguidas jugando a un juego con un avatar denigrante para que pudiera presumir de novia. Juro que nunca he sentido tanta tristeza por dentro cuando en mi cumpleaños, el que era mi novio, me regaló unas botas de trekking aun sabiendo lo poco que me gustaba el ejercicio.

Siempre me he llamado a mí misma una persona camaleónica, me adapto a cualquier medio pareciendo la compañera perfecta. Sin embargo, más que un reptil parezco una calcomanía. Algo sin personalidad que se pega e imita cada aspecto de la personalidad de su anfitrión.

Hace poco, una amiga que me conoce bien, me regaló un libro de Albert Espinosa y en él pude leer: <<si dejas de ser tú misma por culpa de otra persona, ¿quién serás? Tan solo lo que desean que seas>>. Y ahí lo vi claro.

¡¿Me estás diciendo que me he pasado 30 años de mi vida siendo un puto florero?!

Ya sea por inseguridad, por miedo a estar sola y no saber vivir sin pareja, por el qué dirán, por las voces en mi cabeza que me repiten que no puedo, que no soy capaz. Sea cual sea el motivo por el que decidí ocultarme, ahora tengo un motivo para descubrirme: para ser yo o para descubrir quién es “Yo”.

Tengo claro que no quiero ser una chica con modales clásicos, quiero ser una chica reeducada en la nueva educación, es decir, una educación en la que no esté mal expresarse, en la que no exista presión ni prejuicios según la talla que uses, en la que no sintamos miedo a ser nosotras mismas.

Y si me apetece bailar, comer o simplemente ser lo seré pero siendo yo misma.

 

Loversizer anónima

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