Me estoy quedando sola. ¿Por qué vamos perdiendo amigos con la edad?

Yo era una chica alegre, siempre rodeada de gente. Tenía un montón de amigos. Ahora, pasada la treintena me doy que cuenta de que no queda nadie a mi alrededor y no entiendo por qué. 

Reflexionando caigo en la cuenta de que el paso del tiempo trae consigo muchos cambios, eso es indiscutible. Hay cambios evidentes y otros más sutiles, pero vamos aprendiendo a evolucionar con ellos. Sin embargo, una consecuencia fantasma y bastante traumática de hacernos adultos, algo de lo que nadie suele hablar, es el aumento de la soledad. 

Y es así, aunque intentemos ignorarlo. Esa enemiga silenciosa se va acercando poco a poco a nuestra vida y cuando queremos darnos cuenta, está instalada en nuestra realidad. 

Pero ¿Por qué? ¿Si hace apenas unos años tenía hacía muchos planes y nunca me faltaba una persona con quién quedar, con la que hablar? ¿Por qué ahora me siento tan sola?

Cuando somos niños y adolescentes, y buscamos nuestro lugar en el mundo, solo pensamos en salir de casa. Nuestro nido familiar se nos hizo ajeno y nuestra vida, como futuros adultos, se construía de paredes hacia fuera. Y ese espacio abierto era el punto de encuentro con otras personas que, como nosotros, buscaban evolucionar. De esta forma se fueron formando amistades, alianzas, grupos y miles de historias basadas en esos comienzos, en los descubrimientos de una vida llena de oportunidades y de aventuras. 

Entonces, ¿qué pasó después? ¿Por qué llega un momento en que, la mayoría de las personas que había a nuestro alrededor desaparece? ¿Por qué a veces coges el móvil y no sabes a quién llamar?

 La respuesta no es ni sencilla ni universal, pero en la mayoría de los casos se debe a que ese mismo camino, que empezó con la libertad de ir descubriendo todo lo que nos rodeaba, empezó a traernos otras cosas no tan agradables, como la falta de tiempo y el exceso de responsabilidad.  Para poder lidiar con todo, empezamos a eliminar elementos de nuestro día a día que no consideramos vitales. En la mayoría de los casos, a causa de la falta de tiempo y dinero, dejamos de salir. Cada vez trabajamos más y más y nos vamos quedando sin fuerzas para socializar. Este agotamiento vital hace que empecemos a encerrarnos en nuestro hogar y muchas veces en la apatía y así vamos construyendo nuestra cárcel de soledad. 

Y lo que el roce y el codo con codo había construido, se empieza a enfriar. 

Ya no ves a tus amigos todos los días, es imposible. Los planes en los fines de semana se empiezan a espaciar. Y las llamadas y mensajes cada día son menos, porque el estrés con el que cargamos nos deja exhaustos y sin fuerzas para más. 

De manera inconsciente, nos encerramos en nosotros mismos, pensando que ya llegarán tiempos mejores, que las quedadas, las confidencias y las risas cómplices volverán.

Y nos equivocamos…  

Porque cuando intentamos retomar las antiguas amistades nos damos cuenta de que ahora nos cuesta más conectar. Nos hemos vuelto más selectivos, quizás intransigentes en algunos aspectos. El poco tiempo que del que podemos disponer para nosotros mismos lo atesoramos de una manera tan reservada que tememos que un plan desafortunado lo pueda echar a perder, no nos queremos arriesgar. 

Entonces, ¿cómo recuperar a la gente que formó parte de mi vida? ¿A los que me vieron crecer, reír y llorar? 

Quizás sea imposible. Llega un momento de nuestra vida adulta en la que nos acomodamos tanto que no nos atrevemos a abrirnos de nuevo, a volver empezar. Pensamos que solos no estamos bien, pero que tampoco estamos tan mal.

Nos autoconvencemos de “Más vale estar solo que mal acompañado” y nos vamos marchitando en nuestra zona de confort mientras nos lamentamos de no poder hacer nada al respecto. 

Hemos olvidado que la vida es aventurarse. Salir a la calle, llamar a esa persona que hace años que no vemos, hablar con desconocidos, tener siempre hambre de vivir un poco más. Porque, al final, la soledad puede que no sea solo la consecuencia de todo lo que no podemos hacer, sino de nuestras pocas agallas para intentarlo. 

  

Lulú Gala