Desde muy pequeña he escuchado que las niñas siempre somos más cercanas a nuestros padres que a nuestras madres, habiendo claramente sus excepciones. Sin embargo, en mi caso personal, siempre fui la princesa de papá hasta que el divorcio y su nueva novia nos separaron. En un principio, mi padre lo daba todo por mí y me crió con la mentalidad de que él siempre estaría a mi lado para apoyarme (mi madre también ha estado ahí para mí en todos estos años). Ahora bien, luego de que mi madre decidiera divorciarse por múltiples razones, a los pocos meses mi padre conoció a quien es su actual pareja y al principio todo parecía ir bien. Ella aparentemente me apreciaba y quería pasar tiempo conmigo, intentaba ser mi cómplice en muchas cosas y me daba ánimos en los momentos complicados.

Todo esto ocurrió cuando yo tenía a penas 15 años, edad en la que me tocó vivir sola por casi un año ya que la novia de mi padre no quería que me quedara a vivir con ellos, fue entonces cuando todo empezó a complicarse. Cuando mis padres se divorciaron, yo le rogaba al universo que no me tocara una madrastra de película, malvada y que me alejara de mi padre pero ¿adivinen qué? eso fue exactamente lo que ocurrió.

Mi relación con mi padre siempre fue perfecta. Cantábamos juntos, me enseñó mecánica esencial de los coches, mirábamos la Formula 1 todos los domingos por la mañana. Tenía sus defectos pero lo hablábamos y, aparentemente, todo quedaba bien.

Las cosas realmente cambiaron cuando, tras un grave problema de salud, tuve que mudarme de vuelta con mi madre a los 17 años, persona a quien la nueva novia de mi padre odiaba con todo su ser a pesar de que mi madre había hecho sus intentos de llevarse bien con ella y, además, mantenía una respetuosa relación con mi padre. Fue en ese momento que mi padre se distanció casi completamente de mí. Me llamaba una vez al día o cada cierto tiempo para saber cómo estaba y, si acaso, nos llegábamos a ver 1 vez al mes, cuando su novia me dejaba quedarme en su casa por unos días ya que mi madre vivía a las afueras de la ciudad.

Estas visitas se fueron reduciendo hasta que un día mi padre admitió que a su novia no le gustaba que los visitara y que, por esa razón, solo podríamos vernos cuando yo tuviese la posibilidad de ir a la ciudad, cosa que no era muy seguido.

 

 

Dos años pasaron y cada vez veía menos a mi padre hasta que, en agosto del 2017, me iba de mi país natal para venirme a España, fue entonces cuando él decidió pasar una semana conmigo en casa de mi madre, luego de discutir con su novia, para pasar algo de tiempo conmigo ya que no sabíamos cuándo sería la próxima vez que nos veríamos. Cuando recién llegué a España, hablábamos todos los días pero su novia seguía odiándome a tal punto de que, en una videollamada con mi medio hermano por parte de mamá, quemó todas mis pertenencias que se habían quedado en su casa.  A pesar de ello, mi padre siguió con ella.

Cada día me sentía más separada de mi padre, como si me hubiese abandonado y esa sensación de que todas las promesas de «estaré ahí para ti» se fueron a la mierda y nunca lo había sentido más fuerte que ahora… Hace unos días me enteré por terceros que mi padre se casó con ella y, al confrontarlo, me dijo que, a pesar de que su relación con ella antes estaba mal, habían arreglado las cosas durante las pasadas navidades y por ello decidieron casarse (a escondidas de TODA la familia).

Las relaciones con otros siempre serán difíciles, sean de pareja, familia, amistades, quien sea. Al no saber qué pasa por la mente de la otra persona, será complicado mantener una relación «soñada» por nosotras mismas. La familia, en muchas ocasiones, nos va a decepcionar y está en nosotras realmente ver cómo afrontamos ese sentimiento; si dejamos que nos hunda porque sentimos que hemos perdido a alguien o si, a pesar de ello, nos levantamos y seguimos adelante con la vida.

A mis 22 años, he descubierto que la familia no siempre es el mayor apoyo que deseamos y que, por más que luchemos por encontrar ese lado positivo, a veces es más sano separarnos de aquellos que nos hacen daño, por más que tengamos una relación consanguínea.

 

«No es valiente aquel que se va huyendo con egocentrismo sino aquel que camina sin ver atrás con gran dolor y pesar en el alma, pues son esos los que dejan su corazón atrás para reencontrarse consigo mismos»

 

Todas tenemos derecho a ser felices, incluso si eso implica cortar lazos con personas a quienes amamos de todo corazón.

Perdona en tu interior para poder sanar y seguir adelante.

Permítete ser feliz.

 

Con cariño,

Momma Pato