ME HICE UN TWITTER CLANDESTINO Y ESTO FUE LO QUE PASÓ.

 

Como todas las redes sociales, Twitter tuvo una época boom. Tuve muchas amistades, como siempre, insistiendo en que tenía que hacerme una cuenta allí. Aunque era una buena amante de todo lo que tenía que ver con internet, era un poco reticente a esto de tener una red más.

Pero un día, una amiga me dijo que debería hacérmelo, que estaba muy guay, que era como tener un diario, pero online.

“Ostras, un diario online. Un diario que puedo compartir con los demás, mmm…” pensé.

Y me lo hice.

Me moló muchísimo y empecé a engancharme bastante. Memes, debates, risas y llantos. Me encantaba.

Escribía todo lo que se me pasaba por la cabeza y todo lo que me pasaba. Y es que era eso, un diario personal.

Mi problema es que siempre he sido demasiado transparente y con muy poca maldad y dobleces, lo que se tradujo en tener poco filtro al escribir. 

Así que poco a poco, la gente me iba soltando comentarios como si me conociesen a la perfección.

“Mira X, ese es rubio, como a ti te gustan jeje”. “¿Anda, hoy es un día de esos chungos, no? Como vienes en chandal…jeje siempre lo leo en tu twitter”. “Ayer qué, tampoco tenías ganas de venir ehh pillina, que te he leído jeje”.

Y hablo de gente de clase y de fuera de clase. En aquel momento me di cuenta de que debía parar. Yo no leía mucho los twitters de los demás pero al parecer ellos el mío sí. 

Tenía que parar, pero tener un diario online me molaba mucho y me iba a costar tela desengancharme. Y ahí llegó mi genial idea: hacerme un twitter clandestino donde de verdad pudiera ser yo y soltar todo lo que quisiera.

Me creé un mail nuevo, me inventé un Nick y me creé dicha cuenta. Seguí a alguna gente aleatoria fuera de mi círculo y me dispuse a escribir.

Aquello tuvo más éxito del esperado, ya que en realidad no esperaba tenerlo, para mí solo era un diario de desahogo que poder compartir. 

Me empezó a seguir más gente. Se reían conmigo y se declaraban mis fans. Algunos hasta me daban los buenos días y las buenas noches, y hubo algunos twitters clandestinos más famosos que compartían tuits conmigo también. Se generó muy buen rollito.

Me encantaba y estaba enganchadísima. Aquello pasó a ser mi hobby. Llegué al punto de que mis supuestos fans se autoproclamaban de una determinada manera a raíz de mi nombre.

Todo fluía tan guay…

Un día, llena de rabia y frustración, decidí contar una cosa que me acababa de pasar con mi hermana. 

Mi hermana y yo nunca hemos tenido buena relación. Ella es la mayor, y es altiva, muy caprichosa y egocéntrica. Tiene mucha maldad y suele humillarme delante de quien sea. Suelta comentarios agresivo-pasivos, y es la responsable de que mi nivel de autoestima no sea precisamente el mejor. De pequeña, fue la responsable de poner a mis amigas en mi contra diciendo que yo las criticaba mucho en casa, solo por diversión, para que os hagáis una idea del tipo de persona que es.

Yo lo siento mucho, pero es que no siento nada hacia ella. No la siento mi hermana ni parte de mi sangre. Es una mala persona y punto. No la quiero en mi vida, y en aquel momento menos.

Aquello formó mucho revuelo y le gustó mucho a mis seguidores. Me preguntaban mucho y compartimos muchos tuits. 

Sentí un gran apoyo y que la gente por fin me comprendía y que podía desahogarme con alguien. La verdad que ponía a mi hermana muy verde y contaba todas las cosas que me había hecho y que me seguía haciendo.

Error. Allí aparecieron mis primeros haters oficiales. Digo oficiales porque antes había tenido algunos, pero lo típico que no estaban de acuerdo con lo que piensas o dices en algún momento puntual y te sueltan algún que otro comentario con su opinión de forma poco asertiva. 

Pero en este punto tuvieron que parir a más haters, y echar raíces, porque el acoso que sufrí después no fue normal.

Me llamaban mala persona, mala hermana, que no merecía tener una hermana ni una familia. Que era escoria, una envidiosa, y que ojalá que mi hermana me acabase leyendo y supiera la HDP que tenía al lado. Celosa, con baja autoestima, que seguro que era fea y gorda, y puta también, por qué no, ese insulto siempre viene incluido de gratis, aunque no tenga nada que ver.

Al principio yo discutía con ellos y me defendía, pero como ya sabemos esto es inútil. Mis seguidores también lo hacían a veces, pero más de lo mismo.

Daba igual si mi hermana me humillaba, me insultaba, me violentaba psicológicamente o me robaba un ligue. Ella era mi familia, mi hermana, yo estaba siendo muy exagerada y lo que le debía era respeto y amor. Y comprensión, porque lo mismo era porque la pobre estaba pasando por una mala época y yo como hermana en vez de mostrarle apoyo me dedicaba a ponerla verde frente a un montón de desconocidos.

Esta situación llegó a tal punto de que no pasaba ni un minuto tras escribir cualquier tuit, de lo que fuese, que ya tenía lista mi mala contestación por parte de los haters.

Aquello me agobió bastante y empezó a afectarme anímicamente.

Bajé el ritmo de mis tuits, y lo gracioso fue que también me insultaban por ello, por “cobarde”.

Traté de seguir y de ignorarlos, de dejar el tema a un lado y escribir de otras cosas, pero ya era demasiado tarde. Su odio hacia mí los consumía, daba igual lo que escribiese. Un día, recibí un par de tuits criticándome a tope, llamándome cosas que no quiero ni mencionar, diciendo además que sabían quién era y que lo iba a pagar. Abajo, se encontraba una foto de perfil mía que tenía en una de mi redes sociales verdaderas, recortada de cuello para abajo.

Sentí mucho miedo, pero eso no fue todo.

Empecé a sufrir un acoso brutal. Me colaban hojas en el casillero del instituto amenazándome. Escribieron mi nombre seguido del adjetivo que todos conocemos en la fachada de enfrente de mi casa. Empezaron a correr rumores horribles sobre mí tanto en el barrio como en el instituto.

Acabé yendo a la psicóloga del mismo, pero hizo más bien poco. Dieron charlas en contra del bullying y en las clases, y el acoso descendió un poco, pero bah.

Un día, al borde de un ataque de nervios me puse a llorar con mi mejor amiga, Alicia, ya que obviamente no podía contárselo a nadie más. Mi amiga empatizó mucho con el tema, y acabamos llorando del miedo y del sentimiento de injusticia las dos.

Y ahí mi miedo se acabó transformando en ira. Porque yo no era mala persona y no me merecía eso. Y ya que nadie me iba a ayudar, tendría que acabar con esto yo.

Y mi amiga y yo nos pusimos a investigar.

 

Juana la cuerda