Desde siempre me ha gustado aprovechar la más mínima ocasión para compartir tiempo con mis seres queridos, tanto familia como amigos, y por supuesto que los cumpleaños siempre han sido una excusa perfecta para ello. Siempre me ha encantado organizar fiestas sorpresa, dejarme los pulmones inflando globos, idear regalos originales y emotivos y ver la cara de la persona protagonista de ese día al sentirse querida y celebrada. Claro que también me encantaba celebrar mi cumpleaños y siempre trataba de adaptar fecha, hora y lugar para que le viniera bien al mayor número de personas posible: sin embargo, con el paso de los años esto ha ido cambiando, y ha ido cambiando porque cada vez me he visto más sola a pesar de todos mis esfuerzos. ¿El motivo? Pues no lo sé, en parte la vida, en parte las obligaciones y creo que también en parte el hecho de que nunca me he mostrado disgustada ni molesta si alguien ha faltado a mi cumpleaños. Y es que puede parecer una tontería, pero cuatro de mis amigas no vinieron un año a mi cumple porque coincidía con el cumpleaños de otra chica, y como ella se molestaría si faltaban y yo no…pues total, ya no vinieron ni a ese ni a ninguno más.

Ojo, que yo llegué a proponer a la otra chica celebrar el cumpleaños juntas porque nos conocíamos y teníamos muchos amigos en común, pero no le dio la gana. Otro amigo mío faltó a mi cumpleaños en una ocasión porque se acordó justo en el mismo día de que tenía pensado ir a un concierto esa noche, y otro año porque directamente se le olvidó que era mi cumpleaños. Otros dos que son pareja me decían siempre que sí y al final no venían porque es que estaban más a gusto en casa y a última hora les había dado pereza, y otro suele trabajar fuera de mi ciudad y bueno, lógicamente no se lo tengo en cuenta. Así que ahí estaba yo, organizando fiestas, hinchando globos, currándome collages con los mejores momentos del año para el grupo mientras yo acababa sola con mi novio, mi hermana y como mucho un par de amigos de mi novio que cumplían trayéndome una postal de estanco. Y no, no me importaba el regalo, ni que nunca me hubieran hecho una fiesta sorpresa, pero sí que me acabó molestando implicarme en los cumpleaños de los demás y que ellos no fueran capaces ni de venir a tomarse una cerveza conmigo, porque total, ‘’como a ti no te molestan estas cosas…’’

No, no monté ningún drama ni eché nada en cara a nadie; simplemente me dije a mí misma que las prioridades cambian junto con la vida y que lo mejor para no llevarme una decepción en mi último cumpleaños era no crearme grandes expectativas. Pasé el año asistiendo a los cumpleaños y a las celebraciones a las que me apetecía ir y a las que me venía bien y declinando muchas invitaciones porque sinceramente, ya no me apetecía implicarme más con nadie. Sí, claro que me cayó algún reproche por no ir al cumple de Fulanita o por no participar en el regalo de Menganita, y me dio igual. Y cuando llegó mi cumpleaños le dije a mi chico que pasaba de organizar nada, que les iba a invitar a comer a él y a mi familia a mi restaurante favorito y ahí iba a quedar la cosa, porque no tenía ganas de cuadrar con todo el mundo para acabar más sola que la una.

Pues bien, parece ser que este sí, este era el año que a toooodo el mundo le venía bien y le apetecía venir a mi cumpleaños, justo el año en que a mí simplemente no me apetecía organizar nada ni juntarme con nadie, porque como no había dicho nada a nadie hubo amigos y conocidos que me preguntaron que si no iba a celebrarlo y les dije que no iba a hacer nada especial, que iba a comer con mi novio y mi familia y nada más. Así que se tomaron la libertad de escribir a mi novio y organizarme una fiesta sorpresa, la primera fiesta sorpresa de mi vida: cuando llegué al restaurante, me encontré con que si yo había reservado para cuatro personas allí habría unas quince que me recibieron al grito de ‘’¡SORPRESAAAA!’’

Allí estaban todos: las cuatro que llevaban cerca de siete años (no, no exagero) sin venir a mi cumpleaños ni tener el menor detalle conmigo, el que había faltado a los tres anteriores por despiste, la parejita que siempre me confirmaba para dejarme colgada en el último momento, los amigos de mi novio y mi familia. Todos menos mi amigo Jorge, que efectivamente estaba trabajando fuera, como todos los años. Y claro que me llevé una sorpresa y que les agradecí el detalle, pero me sentó mal. Me sentó mal porque sí, para mí siempre había sido importante juntarme con mis seres queridos en mi cumpleaños igual que trataba de estar en el de los demás, ya que por culpa de las responsabilidades de la vida adulta cada año nos veíamos menos, pero no podía evitar tener la sensación de que lo habían hecho por pena, suponiendo que estaba triste después de tantos años quedándome siempre con las tres mismas personas a pesar de mis esfuerzos por cuadrar con al menos casi todos ellos, cuando es que encima no era así; sencillamente me apetecía comer tranquilamente, que me cantasen el ‘’cumpleaños feliz’’ e irme a mi casa a comer la tarta casera que había hecho mi novio con las personas que siempre han estado ahí porque realmente disfrutan de pasar tiempo conmigo. Me sentía una extraña en mi propia fiesta y me sentía culpable por no disfrutarla como se suponía que debería estar disfrutando en lugar de desear que acabase cuanto antes para irme de allí.

Por supuesto no dije nada, no quería ser desagradecida y por una parte valoraba mucho el detalle: sin embargo, aún me molesta un poco que este detalle llegue cuando por fin me he distanciado tras tantos años de plantones y desaires porque ‘’total, como tú no te enfadas por estas cosas…’’ 

 

Veremos a ver qué ocurre el año que viene, aunque me parece que voy a seguir priorizándome a mí misma y a mis personas más cercanas. Y si vuelven a organizarme una fiesta sorpresa (que no creo), trataré de disfrutarla más que esta.

 

Anónimo

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