Cuando cumplí treinta años, decidí ligarme las trompas.

En aquel momento no tenía pareja, tenía varios rollos, pero nada era serio. Había tenido un par de malas experiencias en las relaciones, que me habían dejado bastante tocada y desanimada para encontrar el amor, pero también me volvieron más fuerte y más selectiva. Cuando decides que no vas a pasar por el aro ni a bajar el listón, de repente te das cuenta de que el mercado está muy mal y no hay apenas nada que valga la pena.

Así que allí estaba yo, soplando las velas de cumpleaños, rodeada de amigos maravillosos y de algún que otro más-que-amigo, dándome cuenta de lo afortunada que era pese a que no tuviera pareja.

Una vez cruzado el umbral de los 30, la gente se pone muy pesada con que te cases o te quedes embarazada. Tanto mi familia como algunas amistades empezaron a meterme prisa y a decirme que se me iba a pasar el arroz.

Yo no quería tener hijos y así lo había dicho siempre, pero es que encima con la gente pesada intentándote generar la sensación de que vas a contrarreloj y que sí o sí tienes que darte prisa porque sino pierdes la partida para siempre, aun me entraban menos ganas.

Esta sensación junto a algunas revelaciones de la treintena, se juntó con que tuve un susto. Un mes no me bajó la regla y me temí lo peor. En ese momento me estaba acostando con tres personas, siempre con protección, pero como siempre hay una posibilidad, me acojoné mucho. Tanto, que no me fie del test negativo y pedí hora con el ginecólogo para que me lo confirmase, cosa que hizo unas semanas después.

Pasado el susto, me cercioré de que no quería hijos. Mi miedo al embarazo, al parto y a la responsabilidad de criar a otro ser humano, junto a las ganas de acabar con esa prisa por quedarme embarazada, me llevó a tomar una decisión radical y, en una clínica privada, me ligué las trompas.

Recuerdo claramente el día de la operación. Entré al quirófano con una mezcla de nerviosismo y alivio.

Estaba convencida de que estaba haciendo lo correcto, de que estaba protegiendo mi futuro de un destino que no quería y eliminaba la posibilidad de sentir esa ansiedad porque se me pasase el tiempo. Pero ahora, con el paso del tiempo, me doy cuenta de lo ingenua que fui.

El proceso de recuperación fue duro, física y emocionalmente. Mientras me recuperaba en casa, empecé a reflexionar sobre mi decisión. Me entraron dudas, aunque ya era tarde, se lo atribuí a las hormonas, pero el arrepentimiento empezó a instalarse en mi mente, como una sombra que no podía sacudir.

Con el tiempo, mi situación personal cambió. Conocí a un chico del que me enamoré profundamente y con el que empecé a construir una relación preciosa. Me hizo cuestionarme todo de lo que estaba tan segura y a plantearme un futuro juntos, y la verdad, es que la idea de tener hijos dejó de parecerme tan aterradora.

Él sabía que yo estaba operada, pero siempre habíamos oído que era reversible, así que tampoco pensamos mucho en ello ya que los hijos parecían algo aún lejano.

Sin embargo, cuando empecé a investigar sobre la posibilidad de revertir la ligadura de trompas, descubrí que no era tan sencillo como creía. El daño estaba hecho, y aunque aún era posible quedarme embarazada por reproducción asistida, el proceso sería complicado y muy caro.

Ahora, mirando hacia atrás, me doy cuenta de que mi decisión fue impulsiva, mal informada y en gran parte, presionada por mi entorno, porque lo que yo quería era quitarme esa presión. No consideré todas las posibilidades, ni el impacto que tendría en mi vida a largo plazo. Me dejé llevar por el miedo y cerré una puerta que quizás nunca debería haber cerrado.

Pienso en lo fácil que sería haberme puesto un DIU o cualquier otro método, pero como ya es imposible y solo me hago daño, procuro no darle muchas vueltas.

Hoy, me encuentro en un punto de inflexión. Sigo sin estar segura de si quiero tener hijos, pero me arrepiento de haber tomado una decisión irreversible basada en el miedo y en el agobio.

No sé si algún día superaré este arrepentimiento, si podré encontrar la paz con la elección que hice. Pero por ahora, solo puedo aceptar las consecuencias de mis acciones y aprender de mis errores.