** Relato basado en una historia 100% real. No me la ha contado su protagonista, pero sí una persona de su familia.
Desde los 8 años dejé de crecer y ahora con casi cuarenta sigo teniendo la estatura de una niña de esa edad. Esto me acomplejó en mi adolescencia de forma abrumadora, pues incluso algún profesor se extrañaba que realmente tuviese edad suficiente para estar en su clase y eso dolía, como también dolían las burlas de mis compañeros de clase o no tener amigas.
Por eso al terminar el Bachillerato, con unas notas elevadas, tenía que escoger carrera, siempre quise ser profesora quizá para enseñar algo más que una simple asignatura, sino enseñar en valores, esos que tanto eché en falta durante años por parte de mis compañeros. Pero por otro lado tenía el miedo que mi estatura volviera a jugarme malas pasadas entre adultos y niños que rápido me superarían en altura (os imagináis que un niño de doce años le saque más de medio metro a la profesora… hacerme respetar sería aún más difícil). Dejé pasar el plazo de matrícula, así llegué a septiembre y les dije a mis padres que había tomado una decisión, la de ayudar y enseñar, pero siendo monja. Creía que con el hábito se haría más fácil que se me respetase pese a mí altura.
A mis padres les cogió por sorpresa pues, aunque son muy religiosos, no se plantearon jamás que yo tuviese vocación, la cual yo no tenía, sólo quería escapar del círculo donde mi altura fuese tema recurrente y no tener que estar compitiendo constantemente con otras personas. Nadie se plantea si una monja es alta, baja, guapa o fea, el hábito borra las características personales y las sustituye por una capa de invisibilidad total que reduce tu personalidad a monja, o eso era lo que creía yo.
Pese a la reticencia inicial, mis padres aceptaron mi decisión, pero me pusieron una condición que la orden religiosa en la que ingresase no fuese de clausura, pues no querían ver a su hija a través de un torno. Por ello escogí una orden que compaginase oración y educación. Una vez jurados mis votos, me propusieron una colaboración con una ONG que se encargaba de los niños más desprotegidos de un barrio muy pobre.
Mi primer día allí no sabía bien que me iba a encontrar, ni cómo me acogerían tanto los niños como los miembros de la ONG, sin embargo, tan pronto llegué al local donde ejercería mis funciones me encontré con Mercedes la coordinadora de los voluntarios de la ONG, que me recibió con un abrazo y sin hacer comentario al respecto de mi altura. Me explicó que hacían, las diversas actividades y me puso en antecedentes de lo que iba a ver una vez llegasen los chicos. Los chavales sí que hicieron comentarios sobre mi altura, pero Mercedes siempre al quite fue capaz de encauzar la situación, explicándoles que yo era más bajita por que estaba llena de amor y el amor del bueno tiene que estar en frascos pequeñitos, como los perfumes.
Desde ese momento a los niños les gustó llamarme Hermana Amor o sólo Amor, mi nombre quedó para siempre olvidado y a mi me hizo sentirme más grande y mejor persona.
Pasé todo un año en ese proyecto con Mercedes, trabajando codo con codo, pasando por muchas tristezas (como ver a un grupo de hermanos ser llevados por servicios sociales y aun sabiendo que estarían mejor, no podíamos dejar de pensar lo difícil que sería si los separaban) Pero también alegrías (como cuando uno de los niños con más problemas de aprendizaje aprobaba todas las asignaturas a fin de curso)
Esas luchas diarias hicieron que Mercedes se volviese uno de los ejes de mi nueva vida, pero un día Mercedes entró en el local con la cara desencajada y los ojos rojos. Me dijo que la habían convocado en la sede de la ONG para comunicarle que le habían concedido la plaza para llevar una colaboración en Guatemala, para poner en funcionamiento un centro educativo. Ya me había comentado que había pedido colaborar en este tipo de proyectos y que le hacía mucha ilusión poder ayudar en otros países. En ese momento sentí un dolor muy intenso dentro de mi cuerpo, quería hablarle y darle la enhorabuena, decir cualquier cosa, pero no podía hablar, sólo la abracé y lloré con ella. Pasado un buen rato nos separamos y nos miramos a los ojos cómo preguntándonos el por qué de los lloros de la otra. Mercedes empezó a hablar entre hipos, diciéndome que lo que había anhelado tanto tiempo lo había rechazado y el motivo era seguir trabajando conmigo. Por mi parte yo asentí con la cabeza dando a entender que mis lágrimas eran porque no quería separarme de ella, así mirándonos a los ojos rojos Mercedes acercó sus labios a los míos y me besó.
Nunca nadie me había besado en mi vida e incluso no había fantaseado con eso, las personas me habían repelido toda mi vida y yo había evitado cualquier pensamiento romántico por el odio que tenía a los que me miraban pues siempre creí que eran por burla o desprecio. Todo esto era nuevo para mí, me asusté y aparté los labios. Pero al volver a mirarla, no pude más y la besé.
Como comprenderéis después de esto decidí dejar la congregación, pues había roto todos mis votos. La superiora no se sorprendió de que lo hiciese, desde el primer día se dio cuenta que no tenía vocación alguna, sino que estaba perdida y ahora por fin me veía realmente feliz. A mis padres tampoco les extrañó que colgase los hábitos y lo más sorprendente, me felicitaron por encontrar mi orientación sexual pues siempre creyeron que la toma de los hábitos era forzada porque yo no quería defraudarles a ellos y a sus creencias.
Me fui a vivir con Mercedes, la cual al haber renunciado al puesto en Guatemala volvió a nuestro proyecto, pero yo no lo tenía tan fácil, pues al haber estado vinculada por la congregación me quedaba sin trabajo. La ONG reconoció que nuestro trabajo en equipo era impecable y las recomendaciones de la superiora obraron un milagro y desde la ONG me ofrecieron seguir trabajando con ellos en el mismo proyecto.
Ya llevamos más de 20 años juntas, pero no solas, pues hemos acogido a niños todo este tiempo y adoptado a tres hermanos para que no los separasen. Y todo esto con AMOR.