Desde que tengo uso de razón y la cirugía estética existe, he querido ponerme silicona, mucha. Soy bajita, no llego al 1,60 y con curvas, salvo en el pecho, toda mi vida he estado frustrada por estar plana y he maldecido porque mis tetas no se desarrollaran a la velocidad de mis caderas.

Como siempre he practicado ballet, mi madre le echaba la culpa al baile de mi falta de bultos, yo debatía pensando que ya podía ser al revés y en vez de culo tuviera peras, total para las piruetas poco me hubieran molestado, pero no.

Hace algo más de dos años empecé con mi marido, venezolano, acostumbrado a chicas  operadas y retocadas hasta la saciedad de arriba a abajo. Mi complejo siempre había estado ahí, pero lo había ido sobrellevando, con rellenos, push ups y cualquier cosa que disimulara mis carencias.

De cara a nuestra boda, necesitaba hacer algo, hablé con conocidas que se habían operado, visité varias clínicas recomendadas por ellas y sin decir nada a mi madre ni a mi prima, las cuales se iban a oponer seguro, pedí un crédito al banco.

Me decidí por una conocida clínica, no vamos a decir nombres, acostumbrada a este tipo de cosas y mi doctor resultó ser un tipo muy simpático. Probamos distintas medidas, pesos, tallas y detrás yo por entonces llevaba una copa B y quería mínimo una D, ya que me iba a gastar la pasta y pasar por un quirófano, que se notara.

Sé lo que estáis pensando, que mi autoestima no debería vascular por un tío, pero es que me visualizaba a su lado, con un vestidazo blanco con toda la espalda al aire y un escotazo de vértigo y era la mujer más feliz del mundo.

Solo había esa opción en mi cabeza, ya que mi fantasía de boda de cuento de hadas era así, todo muy de princesa y con final feliz. Y esto era un mero trámite para conseguirlo, de miles de euros, sí, pero lo compensaba.

Al enseñar mis opciones a mis amigas, todas con sus lolas naturales más o menos bien puestas, salieron los típicos comentarios de a ver si vas a aparecer con dos globos más grandes que mi cabeza, que si a ver si iban a llegar a los sitios mis tetas antes que yo, o a ver si iba a acabar en un trono en Telecinco, que si los dolores de espalda yo que era pequeña cuando fuera mayor y demás barbaridades por el estilo.

Tenía claro que era una decisión difícil de tomar y escuché todas las historias que me contaban, pero yo me visualizaba y me veía perfecta.

Al final el cirujano me aconsejó que por mi físico y mi contorno una copa C sería perfecto, bueno vale, él era el entendido y yo me fiaba. Llegó el día y mi madre y mi prima me acompañaron a la clínica, mi futuro marido estaba trabajando para subvencionar mi escotazo nuevo, pero las fuerzas me las dio al despedirnos.

La operación salió bien, y la recuperación fue normal. El primer día que las vi se me encogió el alma, el crédito bancario y la autoestima, eso era muy pequeño.

En las revisiones el médico, que ya me parecía más un comercial vende humos que un profesional de la estética, me aseguraba que en unos días, como mucho una semana, mis tetas parecerían más grandes, pasaban los días y nada. Se supone que el sujetador me las apretaba y por eso yo pensaba que eran pequeñas aún, pero llegó el momento de quitarme esa opresión y yo seguía pensando que eso era poco.

 

Volví a la consulta del señor cirujano para pedir explicaciones, se lavó las manos a través de mis inseguridades y desviando el tema a que no todos los físicos absorben igual y tontunas varias que no me convencieron para nada.

La puntilla me la dieron en la primera prueba del vestido, cuando una de mis supuestas asesoras, que ya que me había metido mierda, ella se hubiera puesto el doble.

Un año después mi vestido quedó casi como yo había soñado y era genial tener algo ahí, pero no os puedo engañar si os digo que aún doy vueltas a ponerme un poco más… Ay amigas, las malditas inseguridades.

 

Anónimo