CON LA POLICĺA EN PICARDĺAS

 

Una de dos, o tengo menos luces que un barco de contrabandistas, o directamente soy tonta perdida. 

Las cosas que me pasan no tienen otra explicación.

Os pongo en situación:

Zaragoza, principios de agosto. Calor, mucho calor.

Mi (por aquel entonces) novio, había venido a cenar a casa con mis padres, y después de cenar nos habíamos quedado viendo una película en el salón cuando los demás se fueron a dormir (No os hagáis ilusiones que esto no es un follodrama, que follar con mis padres en casa no es una opción, culpo al colegio de monjas de mi recato).

Como era de esperar, nos quedamos fritos al poco de empezar la peli. La tortilla de patatas y las croquetas de mi madre son contundentes y hacía mucho calor.

Nos despertamos a las cuatro de la mañana. Mi novio no tenía coche (aunque si carnet), y a esas horas ya no quedaban buses, así que me tocó llevarle de vuelta a casa en el mío.

Estaba sudada, cansada y medio frita. Además, no iba a salir del coche, por lo que me cambié los zapatos y listo (¡Importante! Nunca conduzcáis con chanclas, no es seguro).

El susodicho en cuestión acababa de sacarse el carnet, y a mí como no me gusta conducir, pues si estábamos juntos solía conducir él.

Sin más problemas, llegamos a su casa, se bajó, me cambié al asiento del conductor y me dispuse a volver a casa a mi camita a abrazar a Morfeo.

Un poco más adelante me paró la policía. Control rutinario de alcoholemia.

Paro. Soplo. 0.0.

“¿Puedo marcharme, señor Policía?”

“Un momento, una pregunta. ¿Desde cuándo tiene usted carnet de conducir?”

“Tres años agente. Y coche desde hace dos”.

“Y por qué lleva puesta una L de novato?

Problema 1: A mi novio se le había olvidado quitarla antes de irse.

Vale, se lo explico y arreglado.

Problema 2: El policía me dijo que tenía que quitarla para continuar.

“¿Podría quitarla usted, por favor?”

“No, no estamos autorizados a tocar el vehículo. Por favor, bájese y retírela”.

Problema 3: Os he dicho que me había cambiado los zapatos, pero no os he dicho que no me había cambiado el pijama.

Aquí mi definición de pijama en ese momento: Un camisón rojo de raso con puntillas de tul negras medio transparentes en toda “la zona importante”, y tan corto que apenas cubría mi culazo.

Así me tocó salir del coche: casi desnuda, con las tetas y el potorro medio al aire, y con la raja del culo asomando por debajo de la falda.

Cuando salí del coche, no sé si estaba más rojo el camisón o mi cara.

Quité la maldita L, me metí al coche y me marché de allí que casi me tienen que parar otra vez por exceder el límite de velocidad.

Han pasado ya 15 años desde entonces, pero creo que aún me mencionan como anécdota en las cenas de navidad.

Andrea.