Veranito, fiestuki, apuestas de sol, cervecita fría, hombre guapo y playita. Es la combinación ideal para el verano. Si no fuera porque realmente odio la cerveza y me da asco la arena. Que se le va a hacer.

Este verano me propuse hacer algo que no hubiera hecho nunca. Como  una especie de propuesta de año nuevo pero en pleno junio. Yo que sé, me dio por ahí.

Me había propuesto hacer puenting, viajar sola al extranjero, hacerme un pircing en el pezón o hacer el camino de Santiago. A mediados de agosto ya me di cuenta de que al igual que las propuestas de Año nuevo, estas se iban a quedar sin hacer, aunque en realidad no tenía que hacerlas todas, ni si quiera tenía que hacer esas, sólo quería hacer algo que no hubiera hecho jamás. Llegan las fiestas del pueblo y nos reunimos todos los amigos. La noche de la gran verbena conocí a Sebas, hombre maduro, atractivo, y lo más importante, soltero y sin cargas (mi historial con los hombres es nefasto, pero no vamos a hablar de ello hoy).

Congeniamos y me invitó a una copa, (bien, era un jodido zumo porque no bebo alcohol, pero aun así lo pedí en copa como si fuera un vino, porque me hace sentir importante) el caso… La noche fue genial, yo coqueteaba, el me seguía el rollo, y a media noche me deshice sutilmente de mis amigos que andaba alrededor y desaparecí con Sebas.

En cuanto estuvimos alejados del follón de la fiesta le metí la lengua hasta la campanilla y él me correspondió metiendo la mano debajo del vestido, Dios bendiga a los vestidos veraniegos. Nos pusimos demasiado tontos en un momento y a mí que se me encendió la bombilla y le pregunté si le apetecía ir a una calita que había cerca a diez minutos andando.

La idea de la arena me daba un poco de asco, pero por otro lado  follar en la playa no lo había hecho nunca y eso hubiera contado como propósito de junio. Así que allá que fuimos rápidamente, porque la verdad, yo ya estaba que si me tocaba un poco mas estallaba como un fuego artificial. Nos apoyamos contra unas rocas apartadas, todo iba de puto lujo señoras, primero se dio un festín él de marisco ahí mismo metiendo la cabeza debajo de la falda, luego yo me entusiasme tanto que me atraganté un par de veces con él, nada preocupante. Pero llegó el momento de la verdad y aunque las rocas eran cómodas estábamos muy expuestos así que me tumbó en la arena. Al principio como que me importó una mierda porque ese hombre sabía como follar y yo estaba en el maldito cielo, pero unos minutos después el escozor pasó de imperceptible a molesto, y luego a doloroso.

Había arena por todos los lados, intentó chuparme un pezón pero estaba lleno de arena, le di un beso y había arena. Casi me dieron arcadas cuando sentí crujir la arena en mi boca.

Al final le dije que se quitara porque iba a lijarme el coño y realmente me preocupaba que el condón se rompiera con el roce de la arena. Al mirar abajo os juro que no me vi el coño, ¡pensé que me lo habían cambiado por una croqueta! Arena, arena por todas las partes incómodas y no tan incómodas de cuerpo. Me sorprendió no sacar una puta playa del interior de mi vagina porque con el entusiasmo con el que me estaba machacando Sebas era imposible que no hubiera metido una tonelada.

Si nunca había follado en la playa era por algo, mi cerebro me había mandado señales subliminales de que era mala idea. Pésima idea. JODIDA MALA IDEA. Pero aun así ahí que había ido yo como una ingenua.

Acabamos dándonos un baño de noche en el mar para quitar la arena porque no había manera humana de que yo pudiera caminar así hasta casa con todo el potorro lleno de arena rozándome por todos los lados.

Lo bueno es que el agua de la calita estaba muy tranquila y limpia y al final acabamos lo que empezamos en la arena. ¿Me escoció el chirri igual? Sí, pero no lo suficiente como para que me importara y el orgasmo que me dio compensó.

El polvo estuvo impresionante y los dos orgasmos que me dio fueron de los mejores de mi vida, pero la próxima vez que quiera hacer algo nuevo haré puenting. No creo que ahí se me llene la almeja de arena.

 

Anónimo

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