Toda la vida he estado acomplejada de mis tetas pequeñas. Llevaba la 85 A, pero podría no haber llevado sujetador tranquilamente porque yo era plana como una tabla. He aguantado vaciles en el cole, en el instituto, en la universidad y en la cama con tíos. He aguantado vaciles de peña que no conocía de nada, como un día de fiesta que había salido con tirantes y pillé a un grupo de gilipollas riéndose de mi falta de pechos y haciendo gestos que entendí perfectamente y que aludían a que ellos tenían las tetas mucho más grandes que yo. 

Pero sobre todo, lo que más me duele hoy en día, es pensar que aguanté vaciles de mi propio padre, sí siempre “de broma”, siempre porque había que “saber reírse de una misma”, pero que me hicieron interiorizar y grabarme a fuego en el cerebro que mis tetas pequeñas eran un problema. Un problema que afortunadamente tenía solución, pero un problema. Algo que mi cuerpo no había hecho bien.

Y fue mi padre quien me dijo que, cuando yo quisiera, él me pagaría la operación de aumento de pecho. Pasar por el quirófano por algo que en el fondo yo identificaba como innecesario me planteaba muchos conflictos: me daba miedo, me parecía una forma de no aceptarme, y, además, muchas de mis amigas siempre intentaban convencerme de que no tenía por qué cambiar nada. Había algunas que habían desarrollado mucho pecho y me decían cómo envidiaban la comodidad y la ligereza con la que contaba yo, etc., pero en ese momento de mi vida, yo desconfiaba de todo el mundo. A veces sospechaba que mis amigas no decían la verdad, que lo que no querían era que yo fuera más atractivas que ellas y tuviera más éxito con los tíos. Os juro que ahora miro hacia atrás y me veo como una persona enferma, con un grave trastorno de dismorfia. 

Fui adelante con todo. Primero, las visitas médicas a varios cirujanos para ver cuál me convencía más. Vi fotos y más fotos, la forma, la proyección, redondas, de agua, de gel… Una locura. Al final dejé que decidieran por mí el cirujano y mi madre, que me acompañaba a cada consulta. Entre los dos determinaron que era mejor ponerme una talla de implantes más grande de la que había elegido porque “seguro que luego te arrepientes y quieres volver a ponerte más”.  Por fin ocurrió la operación de tetas tan soñada durante toda mi vida. Salí de allí como si hubiera sufrido un accidente, con los drenajes, las vendas, todas esas curas que tenía por delante y todas esas noches que iba a tener que dormir sentada. El post-operatorio fue una pesadilla. Me arrepentí una y mil veces. No quería decir nada, habiendo pagado mi padre 7000 euros de su bolsillo y con mi madre encima todo el día, aplacando cada una de mis quejas con un “oye, el que algo quiere algo le cuesta”. 

Al mes ya veía la luz al final del túnel en cuanto al dolor, y a dormir bien, pero me miraba al espejo y me horrorizaba lo que veía. Nunca había tenido los pechos exactamente iguales y simétricos, pero esto era una barbaridad, uno de los pezones miraba hacia arriba y se notaba muchísimo. El cirujano me dijo que esto me podría pasar, y que tendría solución, así que volvió a darme cita. Pues tuve que ir antes, de urgencia, porque uno de los implantes empezó a caer hacia abajo. El cirujano, tan tranquilo, dijo que eso también tenía solución, que era porque el bolsillo que había hecho era demasiado grande o el implante también podía tener un tamaño superior al idóneo. Ahí es donde ya no pude más. De acuerdo que yo era la responsable de todo esto, pero empecé a verme como una víctima. Entendí que mis padres, lejos de intentar que me aceptara con mis pechos pequeños, me habían reforzado en la idea de que eso había que cambiarlo, y me dí cuenta de que yo no quería esas tetas, odiaba esas tetas. Quería las mías de vuelta. Así que hablé con mis padres, intenté señalar su error sin que se sintieran fatal, y les dije que iba a quitarme los implantes en cuanto pudiera.

Yo correría con los gastos de todo, incluidos los 7.000 euros que había puesto mi padre, por supuesto, pero lo tenía super claro. Al principio se disgustaron, se cabrearon, estuvieron algún tiempo actuando raro conmigo, pero creo que luego lo entendieron, y que, igual que yo, fueron capaz de ver su parte del error y aprender de ello. 

Ahora tengo tetas pequeñas otra vez, y un poco marcadas con unas cicatrices que no odio en absoluto, porque me recuerdan al momento de más orgullo de mi vida.  

 

Anónimo

 

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