Lo primero de todo es que yo estoy muy buena. Que estará mal que lo diga yo, pero es verdad. Y lo segundo es que, no sé si será porque estoy muy buena, pero no me gustan nada los tíos que también están buenos. Ni los de gimnasio, ni los deportistas, ni siquiera me gusta que sean guapos de cara. Me gustan feos. Bien feos. Frikis, eso sí. Del rollo intelectual.

Me pone muchísimo pensar en el típico empollón de instituto que ha crecido y no se ha liado con tías ni ha tenido sexo más que con la palma de su mano. Cuando una tía que está pivón se le sienta encima a un tío de esos, la cara del tío es de que está en Disneyland de tripi. Pues eso es lo que me pone a mí cachondísima. Mis amigas me dicen que eso lo hago por movidas de autoestima porque cuando te lías con tíos buenos solo eres una más, pero con pardillos eres una diosa. Seguramente tendrán razón, pero ¿y? 

La cosa es que conocí un tío en la tienda en la que curro, que cumple todos los requisitos de feo y de pardillete. O sea, que me flipa. Vino a preguntar por una máquina de afeitar y empezó a tartamudear y a trabarse con las palabras en plan loco. A mí me entró la risa, pero hubo bastante feeling. Apareció poco después, claramente buscándome por la tienda, y luego empezó a venir con bastante frecuencia pero nunca me decía nada. Yo me ponía al lado de donde estuviera él y notaba enseguida cómo se ponía rojo, o sonreía súper apurado. Un día le pedí el instagram y mientras él seguía en la tienda le mandé un privado para que fuera a la zona de libro gastronómico, en la segunda planta de la tienda. Salió huyendo por la puerta como si le hubieran metido un cohete en el ojete. Yo me meaba con mis compañeras de curro, pero estaba bastante segura de que Felipe (vi su nombre en insta) acabaría cayendo. Qué decir de sus fotos, ni una sola en la que saliera él, por supuesto, algunos dibujos en acuarela, jugadas maestras de ajedrez… mamma mía, qué nerd, qué morbazo. Solo un día tardó en responderme: ¿Mañana trabajas?

A lo que yo le respondí: Solo en la sección de libro gastronómico. Dicho y hecho, al día siguiente, entre libros de Arguiñano y de Anna Recetas Fáciles, y sin llegar ni a tocarle (hay cámaras y quiero mantener mi trabajo) se la puse como un puto calcetín lleno de tierra. ¡O eso pensaba yo!

Le dije a qué hora salía y lo tuve media tarde esperando en los alrededores de la tienda. De ahí fuimos a mi casa. Bueno, la cosa es que en mi casa no quiso hacer nada. Pero bueno, estuvimos un rato hablando y me dijo que no le apetecía follar, que no tenía muy claro si le gustaban las tías (qué ojo el mío), y oye, que no le apetecía y punto. Me dejó loca, estaba segura del garrote que le había notado en la entrepierna cuando estábamos en la tienda, pero bueno, el chaval era majo, y si no quería, no quería. Así quedó la cosa.

Al día siguiente me llega un privado al insta y era Felipe: ¿Es por dinero? Mira, si esto me lo hubiera dicho cualquier otra persona me habría ofendido, pero Felipe el pobre parecía que le costaba comunicarse bien. Enseguida se disculpó y se explicó. Parecía ser que no podía creerse mi interés por él, porque jamás en toda su vida había conseguido que alguien le quisiera tocar con un palo. Le expliqué que yo no quería nada serio, que me ponía y punto. Y entonces fue cuando lo soltó. Dijo que él no quería follar, pero que quedar con una tía como yo había sido algo que no imaginaba que le pasaría en la vida, y que estaba dispuesto a darme dinero para repetir de vez en cuando lo de quedar, sin más, para divertirse. Solo cuando a mí me apeteciera, claro. Yo medio pensando que era coña, le dije: ¿Quieres pagarme por ser tu amiga? ¿Por ir contigo al Primark y al cine? 

Y va y me dice que sí, que si quería el dinero guay, y que si no podía pagar él los planes: cenas, conciertos, lo que fuera. Me lo pensé un buen rato, pero al final le dije que vale, que si él pagaba las citas, yo salía con él. Y así llevamos ya más de cinco meses. Salimos por ahí, la peña se gira y comentan (a veces a un volumen perfectamente audible) que qué hará una tía como yo con un tío como él. Nosotros nos lo pasamos de puta madre y yo no me gasto un duro. Todavía no me lo he follado, pero si algún día le apetece, no seré yo la que diga que no.

 

Relato escrito por una colaboradora basado en una historia real