Hace años tuve una amiga de la que me distancié cuando se fue a vivir a otra ciudad. No era nada grave, pero no podíamos vernos con frecuencia, así que pasamos a halar una vez al mes como mucho.
Nos llevábamos muy bien y fue un drama intenso su mudanza, pero conseguíamos conservar nuestra confianza y apoyo mutuo en la distancia.
Entonces yo me quedé embarazada. Ella no estaba cerca, pero me mandó un enorme regalo y estaba pendiente de cada ecografía y cada visita al médico. Cuando nació mi hijo no pudo venir a conocerlo, pero me hablaba con frecuencia y preguntaba por cada acontecimiento importante.
Se molestó conmigo un día cuando le dije “Solía parecerme absurdo cuando otras madres me decían que cuando tienes un hijo te parece que hasta ese momento no habías querido jamás tanto a nadie, pero realmente se siente así”. Tuvo una reacción extraña, se ofendió porque ella amaba a su marido de una forma que yo no podía cuantificar y se distanció de mí. No entendí por qué se tomó como algo personal ese comentario, yo solamente estaba compartiendo mis emociones de recién parida.
El caso es que ella insistió siempre en que no quería tener hijos, porque quería ser independiente y disfrutar de su marido al máximo sin compartir su amor con nadie.
Pero entonces tuve a mi segundo hijo. Mi relación con ella era casi algo administrativo, un WhatsApp una vez o dos al año, un “A ver si nos vemos pronto” y poco más. Pero entonces me habló como si no hubiese pasado el tiempo y charlamos como si nada durante unos días.
Cuando supo que ese embarazo no había sido buscado pareció molesta, pero no entendí por qué y creí que sería cosa mía.
Nuestra relación siguió esa dinámica extraña de charlas intensas cada mucho tiempo y a mí no me parecía mal, pero entonces me quedé embarazada una tercera vez y me llamó para confirmar que así era.
En esa conversación me contó todo lo mal que lo había pasado con intentos de inseminación en la seguridad social y el dineral que llevaba gastado en tratamientos hormonales e inseminaciones en un hospital privado.
Al parecer, cuando yo me quedé embarazada por segunda vez le acababan de decir que era prácticamente imposible que tuviese un bebé de forma natural, por eso “le ofendió” que yo me hubiese quedado sin intención. Pero ahora…
Al parecer en esta ocasión que yo estaba llevando un embarazo horrible, donde no podía retener ni un gramo de comida sin vomitar, me mareaba a diario y además tenía que hacerme cargo de otros dos niños que no tenían culpa de que su madre se fuera arrastrando por las esquinas, yo era una desagradecida y no me merecía toda la suerte que tenía.
Al parecer, el hecho de que me quejase de encontrarme tan terriblemente mal y de explicarle a mi amiga (que no tenía ni idea de que llevaba años buscando un embarazo porque nunca lo había dicho) me hacía no merecer la fortuna de tener aquel bebé en mi vientre. Me dijo que no soportaba cómo las madres recochineamos a nuestros bebés y aun nos quejamos de los inconvenientes de tenerlos y que no esperaba de mí algo así.
Me colgó el teléfono enfadada. Aluciné tanto que no supe reaccionar. Tiempo después supe que tuvo un bebé. Me alegré por ella y quise justificar su reacción con las hormonas el tratamiento y la frustración y ansiedad que sufría, pero yo no me merecía ese trato por su parte, pues que yo tuviera tres hijos no le quitaba a ella la posibilidad de tener uno y, por muy mal que ella lo estuviese pasando, yo también tenía derecho a quejarme de lo mal que estaba, todo el día de rodillas vomitando.
Escrito por Luna Purple, basado en una historia real.
Si tienes una historia interesante y quieres que Luna Purple te la ponga bonita, mándala a [email protected] o a [email protected]