Si algo descubrí cuando me convertí en madre, es que no me gustaban las grandes ciudades para criar a mis hijos. Y por desgracia vivíamos en una de las mayores ciudades del país.

Tras muchos intentos, mi marido y yo conseguimos cumplir nuestro sueño. Mi marido consiguió trabajo en un pueblecito en la costa, y nos mudamos al sur sin pensarlo.

Por aquel entonces yo estaba embarazada de mi tercer retoño.

¿Estáis locos? ¿Cómo os vais a mudar tan lejos, solos, y con tres criaturas? Fue lo que más escuchamos los meses de preparativos. 

Pero lo hicimos.

Di a luz a mi tercera hija, y al cabo de unos meses me dispuse a buscar trabajo.

De primeras, iba a intentar encontrar algo a media jornada que pudiera compaginar con los horarios de la guarde y del cole. Si no encontraba nada ya me plantearía otras opciones.

Por suerte, me llamaron de varios sitios. Y uno especialmente sonaba como el trabajo de mis sueños. Una empresa grande, un puesto casi idéntico al que había dejado atrás, y 100% desde casa. Perfecto para cumplir con mis tareas de madre.

Pasé la primera entrevista con la agencia sin problemas.

A los pocos días, me llamaron para una segunda entrevista con recursos humanos de la empresa que también pasé sin problemas.

Esa misma tarde me llamaron para una entrevista final con la directora. Más o menos me dijo la chica de recursos humanos que era una formalidad simplemente, para que me conocieran y ya.

El día acordado, dejé a las peques en el cole y me fui a coger el tren a la ciudad, donde estaba ubicada la sede.

Me llaman, nos presentamos y entramos a la oficina.

La jefa era una mujer de unos treinta y pocos años. Más o menos como yo. Todo pintaba bien.

Sin embargo, nada más entrar lo primero que me preguntó fue ¿tienes hijos? Así, sin paños calientes y sin intentar disimular.

Me debió de ver la cara que se me quedó, porque lo intento arreglar con un “es que veo que no eres de aquí, y me preguntaba si aquí tienes alguna red de apoyo o alguien con quien poder dejar a tus hijos si se ponen malos”.

Le contesto que sí, efectivamente tengo 3 hijos, todos menores de 6 años, y que no tenemos familia aquí. Le aseguro, además, que tengo un marido que es perfectamente capaz de ejercer de padre si es necesario.

Sin embargo, eso no era suficiente para la señora, porque todos sabemos que si los niños se ponen malos son las madres o las abuelas en su defecto, las que se hacen cargo. Y teniendo 3 hijos y ninguna abuela a mano, significaba que iba a tener que faltar un montón a trabajar.

Le expliqué que no había problema, porque mi marido ya había acordado con su curro trabajar en turno de tarde en cuanto yo empezara, por lo que estaría libre por las mañanas. Así, aunque no tuviéramos esa “red de apoyo”, siempre estaríamos uno de los dos libres para encargarnos de los peques.

Pero ya le vi en la cara que, esa mujer, sin conocerme de nada, y sin tan siquiera darme una oportunidad, me había vetado para el puesto.

Estuvimos como 10 minutos más en aquella pseudoentrevista, en las que todas las preguntas fueron acerca de “mi situación”.

La verdad es que no entiendo como no salté y como no le dije lo que pensaba de ella y de la gente como ella. Imagino que fue el shock de que en pleno siglo XXI estas cosas pasen.

Ni una pregunta acerca de mis capacidades, ni de mi experiencia, ni de mis estudios. Nada. Para ella solamente era una madre. Una madre de tres para más inri.

Lo que me parece más triste de todo es que la entrevista la hacía una mujer.

Una mujer joven, en edad de procrear si me permitís la expresión.

Que igual tiene su vida muy clara y sabe que nunca se convertirá en una de esas plagas que somos las madres. Ojalá sea el caso. O no, que narices. Ojalá se vea en unos años en la tesitura de tener que elegir entre tener una familia o tener un trabajo.

Aunque imagino que, si esa es su mentalidad, llegado el caso no buscaría trabajo, porque en el fondo sabe que la sororidad y la conciliación familiar son los padres gracias, en parte, a personas como ella.

Andrea.