NO TE ENREDES. LOS HIJOS FUERA DE LAS REDES

Soy mayor. Lo sé. Me lo noto. 

Me lo noto al agacharme sin poder evitar hacer un ruidito. Al elegir ir a hacer la compra con carrito. Al escucharme decir frases que empiezan por «en mis tiempos», «cuando yo era joven» o que terminan con «esto antes no pasaba».

Pero sobre todo lo noto cuando cuento anécdotas que recuerdo cercanas y al echar la cuenta han pasado ya 20 años ¡O MÁS! (Un momento, porque solo de decirlo me entran taquicardias. Respira Marta, eres mayor, no pasa nada).

En esto estaba el otro día con mis amigas, recordando el viaje de estudios del instituto, cuando caí en la cuenta de algo que me dejó loca. 

Fuimos a Ámsterdam. Ha llovido mucho desde entonces. Todavía pagábamos en pesetas, con eso os lo digo todo. El caso es que de lo único que nos acordábamos era del Barrio Rojo. De una fuente con forma fálica (aquí se nos ve el plumero) y de los escaparates de mujeres. Me centraré en esto último y no en nuestra adolescente salida interior.

Mujeres semidesnudas expuestas como quien cuelga jamones en el escaparate de una carnicería. Y “clientes” que pasean ojeando el mercado a ver cuál se compran hoy. Que solo faltaba la dependienta preguntando:

– ¿Te puedo ayudar en algo? 

– No. Solo estoy mirando. Gracias.

– Perfecto. Si quieres que te ayude con alguna tallita, raza o fetiche sexual, estoy por aquí.

Es que alucino. Alucino fuertemente. Y cualquiera que lo piense un poco, también.

Entonces es aquí donde llega mi reflexión (he tardado un poco, perdón. Ya os he dicho que estoy mayor).

¿No os recuerda enormemente a las redes sociales? Un escaparate donde la gente te ve. Con una pantalla entre los dos mundos que te da cierta distancia y sensación de seguridad, pero cero discreción y privacidad. 

Y después de la reflexión viene la pregunta. 

¿Meterías a tus hijos en uno de esos escaparates del Barrio Rojo de Ámsterdam?

El resto podríamos ir paseando y ver en cada escaparate un momentazo de su vida diferente.

– Un niño desayunando. (Qué mono, me paro a ver si se acaba el colacao)

– Una niña con una rabieta pataleando. (Seguramente porque quiere salir de ahí)

– Otro cagando y su madre/padre enseñando el orinal a rebosar. (Foto. No he visto mierda igual en mi vida)

– Aquí le visto de conejito y aprovecho para recordarte que la carne de conejo es muy saludable. (Escaparate patrocinado por Carnicerías José Luis)

Parece de ciencia ficción. De una peli mala de domingo por la tarde. 

Pues amiga, lo tienes en la mano. Se llama redes sociales. Se llama sobreexposición de menores. Se llama abuso infantil. Bajo la excusa de “es que es mi hijo”. La misma que usan los proxenetas, “es que es mía, la compré”.

Ámsterdam y su Barrio Rojo terminó siendo reclamo de turismo sexual. ¿De qué podemos imaginarnos que será reclamo un escaparate de niños? Déjame pensar… ¡AY, DIOS!

A día de hoy podemos ver a un niño, cuando se levanta con la legaña (igual a sus progenitores les hace gracia que se ha levantado con el “pitilín grandote” y también te lo cuentan), llorando para entrar al cole, a la salida, la merienda, el dentista, niño abre la boca que se vea la caries, niño di como mami nunca te da dulces, que la caries es por la genética de tu padre, cenando, durmiendo, despertándose por la noche, durmiendo otra vez. ¡Joder! ¡Que si me lo propongo puedo ver más a ese niño que a los míos!

En serio, ellos no lo han pedido, y si lo han hecho no saben lo que están pidiendo. Yo a mi madre también le pedí hacer dieta con 8 años, y aunque los mayores las hacen y tampoco tiene por qué ser malo, no es apropiado para una niña.

Pero no me hagáis caso. Ya os he dicho que estoy mayor. Y es que “en mis tiempos” no había redes sociales. Las fotos de mi infancia solo las veía la gente que entraba en mi casa así que “esto antes no pasaba”.

 

Marta Toledo