Mi amiga me contó que tenía novia en un sex shop

 

Lo primero y principal: todos los nombres que aparecen en este texto son ficticios para mantener el anonimato de las personas a las que hago referencia.

Ahora sí, vamos al lío.

¿Sabéis ese prejuicio absurdo que existe alrededor de la facultad de ingeniería? Sí, ese que dice que es un «campo de nabos» y que, si hay mujeres que estudian esas carreras universitarias, es porque son lesbianas.

Sobra decir que es totalmente falso, y la prueba de ello soy yo misma que, aunque al final dejara la carrera sin acabar, estaba estudiando ingeniería mecánica y no soy lesbiana.

Lo que sí es cierto es que son muy pocas las mujeres que terminan metiéndose en una ingeniería, y aún es menor el número que se decanta por la rama de la mecánica.

Pero no he venido a hablar de eso, sólo os estaba poniendo en situación.

Como éramos tan pocas las chicas que poblábamos esos lares, nos conocíamos casi todas y, aunque siempre te llevas mejor con algunas personas que con otras, terminas formando piña. Las ingenierías pueden ser un lugar bastante terrorífico para una mujer sola (no, hombre, solo exagero un poco, como buena andaluza).

Pero así es como conocí a Alma. La primera vez que hable con ella, estaba sentada junto a Antonio. La dinámica entre ellos era tan especial que asumí de inmediato que eran pareja.

La conexión con ambos fue tan instantánea, que nos convertimos en buenos amigos con bastante rapidez, y comenzamos a quedar fuera de la facultad y a hacer actividades diversas que disfrutábamos bastante…

Así fue como conocí a Eva, la novia de Antonio, y como empezamos a quedar con ellos para cenar, echar partidas de juegos de mesa y… Básicamente eso, la verdad.

Siempre quedábamos mi chico y yo, Antonio y Eva, y mi amiga Alma. A estas alturas ya tenía bastante claro que Antonio y Alma no eran pareja y, cuando les comenté mi suposición, ambos se rieron a carcajada limpia; pero a Alma le hizo aún más gracia que a Antonio.

Poco tiempo después llegó el cumpleaños de Antonio y, como conocíamos lo paradita que era su novia y Alma y yo tenemos un carácter bastante picarón, se nos ocurrió la gran idea de irnos las dos de ruta de sex shops para hacerles un regalo bastante original (al menos era bastante original en aquel momento y para una pareja bastante insulsa). Nos decantamos por hacerles una caja con diversos artículos picantes y baratitos: aceite de masajes, lubricante, dados sexuales, pintura corporal de chocolate… Nada que fuera demasiado extravagante, pero cosas que no dudábamos que podrían disfrutar en pareja sin salirse demasiado de su zona de confort.

Mentiría si dijera que no nos lo pasamos bien al ver su cara enrojecida y desconcertada cuando abrió la caja pero, sin lugar a dudas, Alma y yo nos lo pasamos mucho mejor en nuestra ruta por los sex shops malagueños que el propio día del cumpleaños de Antonio.

Además, ese día se convirtió en uno muy especial para ambas, porque nos unió aún más de lo que ya estábamos y nos permitió conocernos en más profundidad.

Recuerdo que, cuando íbamos a entrar en el primer sex shop, vi un strapon (un dildo con arnés) en el escaparate y, como soy como soy, tuve que hacer la broma:

—¡Yo me voy a comprar uno de esos para usarlo con mi chico! —grité entre risas.

—Yo tengo uno para usarlo con mi pareja —dijo Alma, en tono dubitativo—. Pero el nuestro no tiene arnés.

—¿Y cómo se usa sin arnés? —en este punto, yo aún era muy «inocente».

—Pues… Se sujeta con la musculatura vaginal.

La conversación fue breve, pero en mi cabeza se empezaron a formular una serie de preguntas: ¿Será broma o lo habrá dicho en serio? Porque no lo ha dicho como si fuera cachondeo; ¿al novio de Alma le gusta que le enculen o es que Alma tiene novia? 

La verdad era que, fuera lo que fuera, a mí no me incumbía. Si ambas partes estaban de acuerdo y eran felices…

Seguimos mirando todo tipo de artículos en la tienda y bromeando con dildos del tamaño de nuestros puños, mirando con curiosidad y morbo los diversos juguetes que nuestros bolsillos de estudiantes no se podían permitir, jugando a hacernos cosquillas con las plumas y los látigos, y oliendo todos los aceites de masajes y lubricantes esenciales.

Ahí fue donde Alma tiró su «segunda piedra» en mi tejado:

—A mi pareja y a mí nos gusta mucho este —dijo cogiendo un aceite de masaje con aroma a Fresa—. Yo soy más del de vainilla, pero a Patri le gusta más el de fresa. Le gusta mucho darme masajes.

—¡Pues qué suerte! Seguro que si yo compro uno se caduca antes de que mi chico me dé un masaje —bromeé.

Al final compramos uno de los aceites; no para mí, ni para ella, sino para meterlo en la cajita de nuestro amigo.

Cuando salimos del sex shop, Alma estaba inusualmente seria. Estuvo callada un buen rato y, mientras andábamos de camino a la segunda tienda, paró en seco y me miró directamente a los ojos:

—A ver, Paula, que mi pareja es una chica.

—Ajá.

—Por eso tengo un dildo de punta doble.

—Ajá.

—Porque estoy saliendo con una chica.

—Genial.

—¿Genial?

—Sí, genial.

Alma suspiró, como si se estuviera quitando un gran peso de encima.

—Es que creía que no te habías enterado —añadió—. Como no has hecho ningún comentario cuando te he dicho lo del strapon ni cuando he dicho su nombre…

—¿Y qué quieres que te diga, Alma?

Alma me abrazó y me dio las gracias. Era la primera persona a la que se lo contaba. Ni siquiera lo sabía su amigo Antonio, que la conocía desde hacía un par de años, pero había decidido abrirse conmigo, a la que conocía desde hacía menos de dos meses.

Su familia tampoco lo sabía, y llevaba saliendo con Patri desde hacía más de un año.

Fue un momento muy bonito pero, al mismo tiempo, bastante triste; porque Alma me dio las gracias por haber reaccionado con naturalidad, por no haber sido cotilla, por no haberle hecho preguntas inapropiadas… Por haberla tratado como lo que es: alguien totalmente normal que estaba enamorada de una persona totalmente normal.

Porque nuestra sexualidad no es lo que nos define como personas.

Gracias a este suceso, Alma llevó a Patri a la fiesta de cumpleaños de Antonio y la presentó como lo que era: su novia.

Gracias a este suceso, Alma se fue abriendo poco a poco y fue «saliendo del armario» cada vez con más amigos y, finalmente, con su familia.

Y así es como un simple gesto, que no es más que normalizar algo que ya debería de estar más que normalizado, permite que una persona sea libre.

 

Anónimo