Mi amiga se va a casar con el chico con el que yo hice match 

A mí las apps de citas siempre me han parecido un inventazo. Las uso para salir por ahí con gente, tener citas, hablar con alguien cuando tengo un mal día o para vender una bici de segunda mano, por qué no. Mis amigas alucinan pero ya no se espantan, puesto que a algunas de ellas las conocí así, y por eso ahora me piden que les audite sus perfiles. Vamos, poner una descripción interesante sin faltas de ortografía, elegirles sus mejores fotos… Lo típico, porque para empoderarse bien no hay nada mejor que una buena colega que te ayude a sacarte partido. 

Pues María acababa de quedarse soltera y estaba fatal, recién mudada, sin un duro y hasta la breva de cambiar turnos y echar horas extra en el trabajo. María es enfermera y decidió refugiarse en el hospital para no estar tanto tiempo sola en el pisucho carísimo lleno de cajas que había encontrado tras la ruptura con su novio, después de casi tres años de convivencia. Ni feng-shui, ni mindfulness, ni nada. Tenía la vida hecha una calamidad y le propuse ir a echarle una mano, mientras que con la otra sujetábamos una copa de vino. 

Me planté en su piso y, después de una buena lloradita, abrimos la botella y empezamos a desarmar cajas, pero el plan no estaba funcionando. Cuando no era un pin, eran unas bragas, todo le recordaba a él. Para animarla le propuse abrirle de coña un Tinder. Le dije que no se preocupase, que no iba a poner fotos de su cara, que íbamos a reírnos un rato de esos perfiles de machirulos desesperados y parejas buscando tríos, y que seguro que al ver el percal, le haría gracia y se sentiría un poco mejor. 

El mal de muchos fue consuelo de un par de tontas durante un rato y ya María, más recompuesta, me dijo que se iba a pegar una ducha y a despegarse el pijama como si fuera el papel de una magdalena. Me dejó el móvil y me dijo “sigue tú si quieres, no tardo”. 

La verdad es que por un momento pensé que si le hacía un buen filtro quizás podría encontrar a alguien apañao’, por aquello de que un clavo saca otro clavo. Lo que yo no me esperaba era encontrarme al tío con el que yo llevaba hablando unas semanas, pero le di un superlike para trolearlo un rato y ver cómo reaccionaba. 

El chaval era un buenazo, no muy agraciado, pero que tiene ese tipo de atractivo que tienen los pocos tíos que quedan por esos submundos que quieren de verdad conocer a su media naranja. Algo, por otra parte, que no cuadraba para nada ni en mis planes ni en los que tenía para mi amiga. La semana antes ya nos habíamos dado los números y estábamos teniendo unas conversaciones algo picantonas por WhatsApp, más que nada por mi parte, que me gusta lucirme con alguna que otra fotillo del canalillo, pero nada más. 

María siempre ha tenido muy mal o muy buen ojo para los hombres, según se mire. Era demasiado superficial y aunque encontrase a alguien que le encantara, siempre acababa sacándole algún defecto: un dedo del pie, un lunar o que tiene las cejas muy juntas. Este muchacho era más bien normalillo tirando a calvo, así que ahí le dejé la app en marcha e instalada y me volví tranquilamente a casa. 

A los dos días o así, me escribe un mensaje María y me dice que tiene algo importante que contarme. Yo ya temiéndome lo peor, que hubiese llamado a su ex en un momento deenajenación transitoria, cojo corriendo y voy a su casa. Me encuentro el piso que parece otro, sin una sola caja, a ella con una mascarilla puesta y me dice que ha quedado con alguien en un par de horas. Me pide que le ayude a escoger modelito y que la acompañe hasta el sitio donde han quedado, para que cuando vea que llega el tipo, la deje con él y me vaya. 

Mi cara cuando vi al calvete en la acera de enfrente, fue un poema. Creo que hubo un breve contacto visual entre nosotros que decía “no puede ser”. Le escribí corriendo a María para decirle que cuando llegase a casa me dijese algo, pero mi amiga tardó en contestarme la noche, el desayuno y el almuerzo del día siguiente. Se ve que les fue bien, tanto que a día de hoy, cuatro años después, tienen fecha de boda. 

Jamás ni él ni yo hemos hablado nada al respecto ni por supuesto con María, pero ahora me pregunto si debería sincerarme con mi amiga o cómo hacerlo antes de que dé el sí quiero… aunque tampoco es tan importante, ¿no?

 

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