Hola. Me llamo Manuela. Tengo 34 años. Estoy casada, tengo un bebé de 6 meses, un contrato indefinido y unos ingresos que nos llegan para cubrir gastos y ahorrar un poquito. A lo largo de mi existencia he tenido un montón de sueños y objetivos. Algunos los he cumplido, otros los he desechado y sigo sumando cosas a la lista. A veces me sorprendo anhelando algo que, tan solo unos meses atrás, no quería para nada. Otros ítems llevan ahí años.

Mi wishlist es sencilla y muy estándar, a mi parecer. Sin embargo, hay una cosa que suele estar en la de la mayoría de las personas y que jamás ha figurado en la mía. Y es que mira que quiero y me planteo cosas, pero tengo muy claro que mi aspiración en la vida no es comprarme una casa. Vamos, para nada. Cero ganas. No quiero.

Creo que la vivienda en propiedad está tremendamente sobrevalorada. Me agobio solo de pensarlo. Obvio que me compraría una casa si de pronto me tocaran 10 millones de euros en la lotería. Lo mismo que, en ese supuesto, igual me daba por comprarme un velero. Pero tal y como está el mercado y la economía de mi familia, ni de broma. No comparto la opinión general de que es mejor pagar una cuota de hipoteca de algo que terminará siendo tuyo, que ‘tirar’ la misma cantidad en un alquiler que nunca se convertirá en nada más.

Estoy firmemente convencida de que, a la larga, inviertes muchísimo más de lo que parece en un principio. Y de que los supuestos beneficios, no lo compensan.

En mi opinión, la propiedad (entiéndase esta ligada a una hipoteca) es un lastre. Coarta tu libertad y limita tus opciones. Hay quien me dice que debería replanteármelo ahora que soy madre. Que debería intentar tener una vivienda que legar a mi hijo cuando sus padres ya no estemos. Es un argumento válido, no lo niego… Pero no acabo de verlo. No concibo hipotecar literalmente nuestra vida con esa única motivación.

¿Soy egoísta? Bueno, yo no lo entiendo así. Lo que entiendo es que puedo darle una vida mejor a mi hijo si no nos vemos obligados a invertir todos nuestros ahorros en la entrada de un piso. Y en los impuestos y los gastos que conlleva una compra. Si no nos vemos ahogados por unas cuotas que nos atarán durante décadas, a los que habrá que sumar seguros, más impuestos, tributos y los gastos de mantenimiento o reformas que no hay que asumir cuando eres un simple inquilino.

Vivir de alquiler mantiene abiertas nuestras opciones. Somos libres de mudarnos a otra ciudad, de emigrar a otro país, de buscar una casa con menos comodidades y una renta más baja si la situación lo requiere.

Puede que le esté negando a mi hijo la posibilidad de heredar una vivienda, pero también me estoy asegurando de no legarle una deuda bestial con un banco. Y, bueno, que con todo esto no pretendo lanzar alegatos irrefutables ni convencer a nadie de que no se meta a comprar una casa. Solo digo que no todos estamos hechos para ser propietarios y no solo por falta de capacidad económica, sino porque a algunos la opción de alquilar nos parece mucho mejor.

 

Manuela

 

Imagen destacada