Hay gente que, en cuanto empieza a trabajar, invierte su dinero en un coche. O quizá pida una hipoteca y vaya poco a poco pagando una casa. Otros se pagan un máster o comienzan una colección infinita de juegos de mesa.

Pero yo, si hago recuento, en lo que más he invertido en mi vida ha sido en MI DENTISTA.

Sí, sé que lo habéis leído con la voz de la señora a la que su dentista le hace reír más que su marido. Pero esa no soy yo. A mí mi dentista me hace llorar desde hace la friolera cifra de 30 años.

La primera vez que fui a su consulta fue porque me salió una caries en una muela de leche y tuvieron que sacármela. ¡Una muela de leche! Estaba claro que nuestra relación iba a ser duradera… Durante la adolescencia reconozco que no le prestaba demasiada atención a mis dientes así que, poco a poco, me fueron saliendo caries por todos sitios. Empastes, endodoncias, reconstrucciones… La pasta que se iban dejando mis padres en el dentista y la preocupación lógica me hicieron empezar a cuidarme la boca.

Y os prometo que desde entonces lo hago. Ya el dinero sale de mi bolsillo: cepillo eléctrico, hilo dental, cepillos interdentales, pastas de calidad, colutorios e incluso una ortodoncia con el fin de corregir los dientes apiñados y mejorar la limpieza. Pero nada parece funcionar.

Una muela del juicio me rompió la muela de al lado y me la tuvieron que extraer. Una endodoncia antigua se ha desgastado, me ha producido una fractura y he tenido extraerme otra pieza. La caries se me ha filtrado por empastes antiguos y me ha tocado el nervio de varias piezas. En fin, un desastre.

He cambiado de ciudad y de dentistas y todos coinciden en decir lo mismo: es una cuestión genética. Como el que tiene los ojos verdes, o la nariz grande, o cualquiera de esas cosas. Mis encías están perfectas, mi boca está cuidada, pero mis dientes son una birria. Aparentemente tengo una sonrisa preciosa pero toda está llena de puntales. Mis amigos van al dentista una vez al año como mucho y casi siempre todo está bien. Yo voy cada 4 meses y nunca, NUNCA, he salido de allí sin tener que hacerme algo.

¿¡Por qué, zeñó, por qué!?

Esto me ha creado siempre mucha frustración pero doy gracias por, hasta el día de hoy, haber podido realizarme todos esos tratamientos ya que, sino, estaría como mi padre: con dentadura postiza desde la treintena.

Así que si eres de las mías ¡alégrate! Nosotras sí que hacemos sonreír a nuestros dentistas mucho más que sus maridos…

 

PD: Lo escribo desde el privilegio y el humor pero COBERTURAS DENTALES COMPLETAS PÚBLICAS Y PARA TODOS YA ¡PORFAVORYGRACIAS!

Orquídea