Mi carrera de bailarina acabó antes de empezar.

Y ahora que estoy embarazada de una niña, sé que no voy a hacer lo que hizo mi madre conmigo. No vamos a presionar a mi hija con nada, dejaremos que ella elija su camino y mi frustración, esa que no tengo, me la comeré yo, no como hizo mi madre.

Mi madre era de esas que cuando se enteró que iba a tener una niña, compró un maillot y unas puntas y en cuanto me mantuve en pie, me hizo un moño, me vistió y ale, a practicar. Ella no pudo y decidió vivirlo a través de mí.

El ballet es muy duro, disciplina, horarios, rectitud, iba por el camino de convertirme en la bailarina perfecta, para mi madre, y lo llevaba como si no pudiera tener otra opción en mi vida.

Nunca me planteé el hecho de no poder permitirme ir a esquiar con mis amigas, contar calorías y rechazar con la mirada carbohidratos era para mi como andar. Mi grupo de confianza eran mis compañeras de clases, mi madre se encargó bien de que mi círculo fuera el correcto. Sus ansias de verme triunfar la llevaron a apuntarme a clases de francés ya que es la lengua del ballet. Me dejaba llevar porque me gustaba pero según crecía sabía que iba a tener problemas, mi ambición y mis ansias por ser la mejor no se desarrollaban a la vez que mis aptitudes. La danza es un mundo muy competitivo, exclusivo y delicado, supongo que como todos los de alto rendimiento, que daño hacen esas dos palabras en la infancia de muchos niños y niñas.

Mi mente no concebía una vida sin danzar, sin la disciplina, las privaciones y las limitaciones, pero se supone que era feliz. Gracias al dinero de mis padres he podido ir a las mejores escuelas, con las mejores profesoras y a tomar clases en cursillos impartidos por bailarines profesionales y famosos en nuestro micro mundo.

De forma natural yo iba progresando, se decía que llegaría a formar parte de un buen cuerpo de baile. Sufrí la envidia y las malas miradas de mis compañeras durante años, al tener dinero, todo era más fácil, estudiaba cuando podía y tenía acceso a lo mejor la primera. Siempre me he esforzado por aprovechar esos pluses de los que gozaba y lo he valorado.

Crecí, empecé a tontear como todos, a mis amigas y a mí nos gustaban los chicos de clase que jugaban al basket, con lo cual nos apuntamos al equipo de chicas de baloncesto del instituto, por supuesto a espaldas de mi madre que seguía con su sueño de que yo cumpliera el suyo como fuera.

El caso es que en uno de los entrenamientos caí mal, mi rodilla hizo chas de una forma extraña. Yo lloraba, más por miedo que por dolor, de hecho me negué durante una hora a que me llevaran al hospital porque solo pensaba en la bronca de mi madre, quedaban dos meses para el festival de fin de curso y yo con la rodilla en dos.

Ligamentos grado tres, traduzco y resumo, operación, recuperación y dos meses en el dique seco contando que todo vaya bien. Nunca olvidaré la mirada de mi madre, parecía que la hubiera hecho algo malo de verdad, que una tragedia hubiera ocurrido en nuestra familia.

Joder que yo iba a poder seguir bailando, que era lo que me gustaba, pero también podía seguir jugando al basket o al waterpolo, solo que ya no iba a poder ser la mejor, ¿y qué? Pues que mi madre no lo podía aceptar. Pasamos unos meses finos, yo en casa sin poder moverme casi y ella machacándome por haber arruinado mi vida, incomprensible.

Nos costó meses y muchos malos rollos el volver a la normalidad, no volví a dar clases de baile nunca más. Ahora me río al recordarlo, pero fue una mierda pasar por aquello sola, con el apoyo de mis amigas, maduré de otra forma a la esperada, pero no me arrepiento de nada.

Tampoco quiero arrepentirme de nada parecido con mi hija. No seré la mejor madre del mundo, pero quiero ser lo suficientemente buena para mi hija como para que cuando ella tenga una, no me recuerde así.

 

Anónimo

 

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