Mi cita me llevó al recital de poesía erótica más surrealista de la historia

Hace años conocí a un chico con el que tenía un punto en común: la literatura. A los dos nos gustaba mucho escribir, éramos ávidos lectores y siempre habíamos sentido curiosidad por adentrarnos un poco más en ese mundillo sin ser nosotros nada de eso. Así que cuando me propuso ir a un recital de poesía erótica como plan de fin de semana me pareció guay. 

El recital se celebraba en un local del barrio más alternativo de la ciudad. De hecho, no era un bar al uso, era una especie de antiguo patio de vecinos reconvertido en algo así como unas cocheras, pero con barra y grifos de cerveza. Había sillas, algunas mesas y un mini escenario con un portátil con Windows XP conectado a un proyector. No quería prejuzgarlo, quizá a nivel organizativo fuera la hostia, pero el local, ya de por sí, no invitaba mucho a acomodarse.

Entramos y nos sentamos en una zona con buena visibilidad, bastante cerca del escenario. El chico ya había ido unas cuantas veces y andaba como Pedro por su casa, hasta el punto de que dejó caer que conocía a algunos de los ponentes de aquel día. La primera en recitar era una chica vestida de caperucita roja que había escrito unos versos picarones del rollo “Soy más feroz que el lobo” “Te falta valor para comerme”. A pesar de que resultaba previsible, para mi gusto fue, de lejos, la que estaba más en la línea de crear una atmósfera erótica.

Para la siguiente actuación subieron dos chicas y un chico al escenario. Iban casi desnudos, ataviados con una especie de maillot de ballet color nude y traía la piel pintada con algún tipo de purpurina. Parecían una versión underground de los Cantajuego. Anunciaron que habían preparado una performance y, la verdad, me emocioné un poco. Imaginé que se trataba de algún tipo de danza contemporánea o acrobacias, pero no hubo ni danza ni acrobacias… ni tan siquiera un mínimo de psicomotricidad. Traían un discurso reivindicativo que echaba por tierra los clichés del amor romántico (hasta ahí bien), pero no tenía nada de erótico porque, para empezar, es por todas sabido que la ropa interior de color nude o, en su defecto, cualquier prenda que se le parezca, es lo más cortarrollos que hay. 

Mi mente ha preferido borrar aquel tortuoso pasaje, tan solo conservo fotogramas sueltos de los tres haciendo lo que parecían unos movimientos, así como cuando vas a la playa y la arena quema mucho y, también, que una de las chicas lanzaba cuadraditos de cartulina mientras gritaba unos reclamos. Durante su discurso se dirigía a alguien del público y le tiraba una, como si, al lanzártelo, aquel reclamo también te perteneciera. Los agraciados solían coger el papelito y ondearlo orgullosos. Yo no me libré, supongo que porque estaba muy cerca, y me gritó: “No tengas miedo de tirarte pedos delante de tu pareja”. Casi me muero. Se me olvidaba mencionar que habían cogido la costumbre de aplaudir cuando la persona cogía el papelito y lo enseñaba. Imaginaos MI CARA al enseñar el papelito de LOS PEDOS mientras los demás aplaudían, incluido el chico de la cita, que parecía estar en éxtasis.

La verdad, aquello no te dejaba indiferente. Aunque sin duda, mi momento favorito de la noche viene ahora. Subió al escenario una mujer de mediana edad, con gesto risueño, tenía cara como de no haber roto un plato en su vida. Un sector del público la conocía, llegué a pensar que fueran alumnos suyos o algo así. Coreaban su nombre: “Mabel, Mabel”. Mabel se sacó del bolsillo un folio doblado con su poema y, lo que me pareció, un gurruño de tela. Lo meneó en el aire y resultó ser ¡un guante negro de seda! Solo uno. Se lo colocó y comenzó su momento de gloria:

“Una oruga y otra oruga… en la pared”.

Se hizo el silencio. Todos la mirábamos atentos. Tardaba en retomar la palabra.

“Una oruga y… otra oruga…en la pared”. El énfasis y la entonación habían cambiado ligeramente, pero yo no entendía nada. Si hubiera aterrizado un ovni en ese instante y un marciano me hubiera preguntado qué era aquello no habría sabido qué decirle. 

Mabel alza la mano del guante y pone gesto pícaro: “Una oruga… (levanta el dedo índice de la mano desnuda) y otra oruga (levanta el mismo dedo de la mano cubierta)… están juntas (junta los deditos simulando que están dándole al tema) en la pared.”

Ahí acabó la intervención de aquella señora con aura de Mary Poppins que nos acababa de contar un ¿microrrelato? de unos bichos follando. El público se volvió loco vitoreándola y ella nos hacía reverencias. Entonces miré al chico que me había traído a aquel bodrio y lo vi tan entusiasmado que no me apeteció decirle la verdad. En su lugar, le dije que me encontraba mal y que me iba a casa. Él se quedó a terminar de verlo. 

Al día siguiente me escribió por WhatsApp. Esperaba que me preguntara cómo estaba, porque supuestamente me fui por sentirme enferma. En el mensaje ponía: “Te dejaste la cartulina de los pedos, pero te la cogí yo 😊”.

 

Ele Mandarina