Mi embarazo está siendo tan horrible que no soy capaz de estar contenta (y la gente no lo entiende)

 

Me encuentro en esta etapa vital en la que todas las mujeres de mi entorno tienen bebés, niños de corta edad o están embarazadas.

Adiós a los años de asistir a diez bodas por temporada.

Hola a los de los baby showers, bautizos, cumpleaños en parques de bolas y, por qué no admitirlo, algún que otro divorcio.

Y yo capeando el temporal entre una fase y la otra, porque ni me he casado ni soy madre.

Lo de casarme porque mi chico y yo pasamos mil.

Lo de los hijos porque, aunque llevábamos años intentándolo, no conseguía quedarme embarazada.

Sin embargo, hemos debido desbloquear algún tipo de logro o algo, porque ahora soy yo la que está en estado de buena esperanza, y yo esperanzas tenía muchas y todas muy buenas.

Esperaba lograr concebir, llevarlo a término y por fin tener mi esperado bebé.

Mi embarazo está siendo tan horrible que no soy capaz de estar contenta (y la gente no lo entiende)
Foto de Mart Production en Pexels

El día que nos dijeron que por fin lo habíamos logrado, no pude ser más feliz.

Había llegado mi hora de estar exultante, de lucir la bien conocida beatitud y belleza de las mujeres embarazadas.

La hora de vivir en una esponjosa nube, sobrevolando arcoíris de fantasía y echándome peditos de purpurina.

Y mira, lo de los pedos, sí. Tengo gases desde el mismo momento de la concepción, me atrevería a decir.

Pero ¿todo lo demás? Pues va a ser que no.

¿Dónde estará el que nos vendió esa falsa idea de las bondades y las maravillas que nos ocurren durante estos nueve meses? Como lo pille, me va a escuchar.

Porque, pese a que fui feliz cuando me enteré, mi embarazo está siendo tan horrible que no soy capaz de estar contenta; y la gente no lo entiende.

Al principio hasta me hacían ilusión las nauseas matutinas, me recordaban que pronto iba a ser mamá.

No puedo decir lo mismo de los vómitos continuos que vinieron poco después y nunca se marcharon. Estoy de treinta semanas y todavía vomito casi a diario.

Tengo permanentemente un mal sabor de boca terrible. Todo me da asco. Las comidas que antes me encantaban, no me saben bien. Las pocas que sí lo hacen, me sientan mal, me dan acidez, me hacen devolver o me provocan estreñimiento.

Hablando de estreñimiento, llevo meses sin ir bien al baño.

Que, bueno, no cago con regularidad, pues vale. Pero es que me cuesta horrores y, además, tengo hemorroides. Ah, y un quiste en un labio que, como siga creciendo, voy a tener que incluirlo en el padrón y en la declaración de la renta. Tengo los bajos que parecen un albergue de peregrinos en pleno año Xacobeo, a tope de ocupación.

También tengo la tensión alta y debo controlarla varias veces al día; si llego a 14, debo ir a urgencias. Cosa que ya he tenido que hacer varias veces, afortunadamente no ha llegado a haber peligro para mi peque ni para mí.

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No entiendo bien cómo puedo tener la tensión alta y la energía tan baja. Está en mínimos históricos. Yo, que normalmente soy incluso más activa y movida que la media, me paso el día bostezando y tirada por las esquinas.

Sin embargo, por las noches no duermo. Ya sea porque los biorritmos de mi bebé tienen el horario cambiado con respecto a los míos, o porque, cuando finalmente me duermo, me despierto con unos calambres bestiales. En serio, se me pone la pierna rígida desde la cadera hasta los dedos de los pies. He llegado a llorar del dolor que me dan.

De modo que siempre tengo sueño, me cuesta sacar el ánimo para salir de casa y para hacer cualquier cosa.

Por lo que apenas salgo, la verdad.

Mi embarazo está siendo tan horrible que no soy capaz de estar contenta (y la gente no lo entiende)

Porque me cuesta arrastrar un pie delante del otro y… porque a veces me da hasta vergüenza encontrarme con algún conocido y que me vea con estas pintas que gasto.

Gracias, queridas hormonas, por este acné, la capa de grasita que se me ha instalado en la zona T y las manchas oscuras que tengo en la zona del bigote y los pómulos.

Por no decir nada de mis piernas hinchadas y los tobillos deformes que se desbordan por fuera de las únicas zapatillas deportivas en las que logro meterlos.

Estoy hecha un maldito cromo.

Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, en ocasiones me obligo a salir para pasear, hacer recados o algunas compras.

Ignoro mis pintas, me llevo alguna fruta para paliar las náuseas, procuro tener siempre un wc en las inmediaciones, estar atenta a mi tensión y controlar los inoportunos gases.

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Hasta que el dolor pélvico me puede y me vuelvo a mi casita a sentarme con la espalda recta y las piernas en alto. Por lo visto, tengo el útero muy bajo, lo cual me provoca mucho malestar y caminar como si viniera de cabalgar una semana sin parar a hacer noche.

Así que esto es lo que hay.

Quisiera sentirme como todo el mundo dice que debería sentirme. Mejor y más dichosa, pletórica y extasiada de felicidad.

Pero mi embarazo está siendo tan horrible que no soy capaz de estar contenta.

Yo creo que no es tan difícil entender por qué estoy tan amargada y que la gente podía ponerse un poquito más en mis chanclas antes de darme unos consejos y unos ánimos que, en realidad, no me animan nada.

En conclusión, ¿estoy feliz porque al fin voy a tener a mi nena?

Sí.

Es solo que la mayor parte del tiempo soy asintomática.

Y cuento los días para que nazca mientras cruzo los dedos para que todos estos males se vayan bien lejos y me dejen disfrutar de mi maternidad de una vez por todas.

 

Valeria A.

 

 

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