Hace más de 15 años que mi ex se fue de mi casa dejándome hundida. Él era todo lo que yo deseaba de un hombre y yo… Se suponía que era la mujer de su vida, pero un día me dijo que debía irse lejos por trabajo y que no creía en las relaciones a distancia. Confiaba en mí y me amaba, pero sabía que estaría fuera mínimo 5 años y que no podía pedirme que dejase todo, ahora que empezaba a tener reconocimiento en mi carrera, por ir detrás de él a otro país con otra cultura, otro idioma y sin garantías de nada. En su empresa le ofrecieron una oportunidad de mejora imposible de rechazar y… Se fue. No fue capaz de decírmelo hasta que ya tuvo los billetes de avión en la mano. Antes esperaba que algo pasase que cambiase el rumbo de nuestra historia, pero ese algo no pasó, así que para mí, de un día para otro, me quedé sola con el corazón roto creyendo que jamás querría nadie como lo quería a él.

Pasé dos años hecha una bola. Ahogaba mi sufrimiento trabajando muchísimo más de lo que necesitaba. Trabajaba en una prestigiosa empresa de publicidad y, cuando me di cuenta, había llegado mucho más arriba de lo que había soñado nunca, pero no era feliz en absoluto. Solamente salía de trabajar para quemar mi ansiedad en el gimnasio y pasar mi tiempo embobada mirando cualquier cosa que la tele me quisiera ofrecer.

Al llegar al segundo año, mi hermana me contó la angustia que ellas (mi familia) y mis amigas estaban pasando por verme así, dejando pasar la vida. La vi tan mal que me sentí muy culpable y algo hizo clic en mi interior. Empecé a salir algún fin de semana, a hacer alguna escapada con mis amigas y, tras mucha terapia y con una red de apoyo inmejorable, un año después empezaba a sonreír de forma genuina, sin forzar.

Pasados ya 6 años de mi ruptura, teniendo una carrera increíblemente exitosa y una vida social más activa de lo que había tenido en mi vida, conocí a Cristian. Era un chico rubio, alto, muy muy guapo y tan atento que me hacía sentir la protagonista de un sueño. Desde el principio se enamoró de mi tanto y me lo demostraba con tanta dulzura, que a veces me sentía abrumada. Pasados dos años más, decidimos vivir juntos. Y la convivencia no hizo más que mejorar las cosas, pues Cris es esa persona que está atenta a todo, que no se le escapa un detalle y que me quiere tanto que a veces creo que no me lo merezco.

Hablaba mucho con mi psicóloga sobre esto de lo que os habréis dado cuenta, y es que siempre que quiero contar cómo es mi novio, lo primero que me sale es cuanto él me quiere a mí, y eso me hace pensar que yo no le quiero suficiente. Nunca me gustó esa teoría de que en todas las parejas uno quiere y otro se deja querer, no había sentido eso nunca, pero con Cris sí tenía la sensación de que lo que más me gustaba de él era cuanto le gustaba yo. Mi psicóloga me tranquilizaba y decía que, de no quererlo yo, ya me hubiese aburrido; solamente tenía mi mente tremendamente obsesionada con el posible regreso inesperado de mi ex, al que había seguido idealizando a lo largo de los años, y que no me estaba permitiendo sentir tanto por Cris.

Después de bastante tiempo de convivencia, hace dos años decidimos casarnos. Podíamos permitirnos una boda a nuestra medida, así que nos llevó más de un año preparar aquella fiesta que sería tan especial para nosotros. Cada detalle estaba pensado, meditado y trabajado por nosotros en consenso. Desde la decoración de las mesas, hecha a mano por nosotros, hasta los arreglos florales que personalizamos al extremo. Mi vestido era un homenaje moderno del vestido que llevó mi madre cuando se casó con mi padre, en el baile sonaría de primera la canción que sonaba en la cervecería cuando nos vimos por primera vez, y bailaríamos aquella canción que me dedicó por nuestro primer San Valentín y se convirtió en “nuestra canción”.

Pero cuando se estaba acercando el momento, yo volví a dudar. ¿Y si no lo quería tanto como él merecía? ¿Y si simplemente estaba haciendo lo que debía? Y entonces pasó lo que no podía pasar: Alberto, mi ex, apareció por la puerta de mi despacho sin previo aviso. Allí de pie, con su ramo de rosas blancas (que eran mis favoritas hasta que Cris me trajo un día unos tulipanes rosas, porque dijo que al verlos creía que habían crecido para mí y pasaron a ser “mis flores”), con su barba pelirroja, con su sonrisa en los ojos… Yo salté de la silla como si me quemase y me eché a sus brazos sin pensar. Lo abracé tan fuerte que dudaba si podría respirar.  Y lloré, lloré más de lo que había llorado de emoción en toda mi vida.

Era él, era Alberto, pero parecía tan diferente… Cuando conseguí calmarme, se sentó conmigo en los sofás que tengo a un lado de mi despacho, me cogió la mano y me contó que había triunfado en su empresa en China, que había sido muy feliz allí, pero que ahora había conseguido volver. Llevaba un par de días de vuelta y había querido venir a verme. Mientras me acariciaba la mano, reparó en mi anillo de pedida y su gesto se ensombreció. Me cogió la cara con cuidado y me besó muy lento en los labios. Yo le correspondí unos segundos y después lo miré. Él era Alberto, aquel chico al que tanto quise, este chico al que realmente ya no conozco, que no contó conmigo para buscar una alternativa, hacer un plan, que no me contó sus objetivos hasta que los cumplió, que no se acordó de llamarme en casi 15 años. Él era Alberto, ese chico que en mi memoria era mi hombre ideal, y con ese beso consiguió que supiera lo profundamente enamorada que estaba de Cris, ese chico que siempre estuvo para mi y que, sin esfuerzo alguno y como si fuera natural en mí, yo había estado para él.

Esa noche, dejé por escrito mis sentimientos por Cris para leerlos en la ceremonia. No creía hasta ese momento poder decir nada realmente profundo y acorde con las circunstancias. Ahora todo encajaba en mi corazón. Cuando Cris llegó de trabajar, durante la cena, le conté lo que había pasado, que Alberto había aparecido y que me había besado. Él escuchaba atento. Cuando terminé de hablar, con miedo por su reacción, él se levantó y me besó con mucha más dulzura de la que Alberto podría hacerlo en su vida y yo sentí mil mariposas de colores revolotear al fin libres en mi interior. Cris solamente dijo “Yo ya sé que me quieres, necesitabas esto, no te disculpes”. Y me abrazó sabiendo que aquel beso había cicatrizado de golpe una herida que la incertidumbre me había impedido cerrar hasta el momento.

Me casé siendo la novia más feliz del mundo y ahora Cris y yo somos los futuros padres más felices del universo. De Alberto no supe nada más. Alguien me dijo que dejó a una novia en China antes de venirse, pero no quise saber los detalles, él ya no es parte de mi vida.

 

Escrito por Luna Purple basado en la historia real de una seguidora.

Si tienes una historia interesante y quieres que Luna Purple te la ponga bonita, mándala a [email protected] o a [email protected]