Me gustaría empezar diciendo que mi ex y yo fuimos muy felices juntos, muchísimo. Nuestra relación fue sobre ruedas desde el inicio porque nos entendíamos a las mil maravillas. El matrimonio incluso nos sentó bien, teníamos un proyecto de vida en común y fuimos dando todos los pasos necesarios sin soltarnos de la mano en ningún momento. Peeeeeero… la cosa se fue al traste cuando nos convertimos en padres. Ni siquiera podemos culpar a lo duro que es cuidar de un bebé al principio, a que discutiéramos porque estábamos cansados o irascibles. No fue eso. Es más, durante los dos primeros años de vida del niño todo iba relativamente bien. Fue a partir de entonces cuando nos dimos cuenta de algo que tal vez debimos haber visto antes. Y es que nuestros conceptos de la crianza y la educación diferían mucho más de lo podíamos asumir sin tirarnos los trastos a la cabeza. Estábamos en extremos opuestos de la cuerda. ¿Cómo no nos habíamos dado cuenta? Supongo que veíamos algunas señales, pero decidimos ignorarlas, pensar que ya llegaríamos a un acuerdo… Yo qué sé.

Lo que ocurrió fue que, conforme el niño iba creciendo, nuestras fricciones del día a día iban a más y más. Siempre a causa de lo mismo. Porque él le gritaba y yo intentaba razonar. Porque él era de castigar y yo era más de premiar. Porque él quería que durmiera en su cuarto y a oscuras, y yo le dejaba meterse en cama si venía en mitad de la noche. O porque él creía que ya era mayor para tanto mimito y yo no me cansaría nunca de tenerlo encima.

Nunca he dicho que mis principios fueran los buenos y los suyos los equivocados, pero tampoco conseguimos alcanzar un punto medio y, aparte de nuestra relación, el niño empezaba también a sufrir por culpa de nuestras discusiones.

Resulta curioso que, una vez separados, nos fue mucho más fácil ceder en relación a esos mismos temas que nos llevaron la divorcio. Claro que tal vez influya el hecho de que yo tengo la custodia exclusiva… dejaremos para otro día el tema de cómo llegamos a ella, porque tiene mucha tela que cortar.

En realidad, lo que venía a contar fue la que se lio estas navidades, cuando mi exmarido dio carbón a mi hijo sin consultarme y tuvimos la monumental. Porque, como habréis podido interpretar por lo que he explicado anteriormente, lo de que Papá Noel o los Reyes les dejen carbón a los niños, es algo que va en contra de mis principios. Y mi ex lo sabía.

Lo sabía porque tuvimos esa conversación las últimas navidades que celebramos juntos. Él pretendía castigarlo con carbón por seguir haciéndose pis en cama. Lo cual, no sé a vosotras, pero a mí me parece una aberración por muchísimas razones. Ese año no hubo carbón. Y al siguiente tampoco, quizá porque eran sus primeras fiestas como padre divorciado y no quiso ponérselo en contra.

Sin embargo, este año, con nocturnidad y alevosía (literal), al final se salió con la suya. Me enteré en cuanto fui a buscar al niño por la noche y le vi esa cara que se le pone cuando lleva tiempo aguantándose las ganas de llorar. Cosa que hizo nada más entró en el coche. Mi hijo no entendía por qué los Reyes le habían dejado solo una bolsita de carbón. No le valía la explicación que le dio su padre. A saber: ‘Te han dejado carbón porque eres un caprichoso que ya tiene de todo y sigue pidiendo más. Y por no ser nada cariñoso con los abuelos’. Tal que así se lo cascó.

A mí me llevaban los demonios, lo juro. Así que disimulé como pude, capeé el temporal como pude y nos fuimos a casa de mi mejor amiga y su familia, donde Papá Noel le había dejado un regalito que aún no habíamos podido ir a buscar, lo dejé jugando con él y los otros niños y me volví al piso de mi ex.

Le monté un pollo con el que me quedé muy a gusto, la verdad. Pese al cabreo, volví a explicarle lo que opinaba de su desbarrada. Que estaba de acuerdo en que no había que darle mil regalos, por supuesto, pero que no era el día de darle una lección que, además, no es necesaria. En mi casa por Navidad había abierto dos paquetes. De los cuales uno era un libro, jová. Si le preocupaba eso, solo tenía que haber hablado conmigo para coordinarnos. Que tenemos otros 364 días en el año para educarle, nosotros, sus padres. Sin intermediarios. En cuanto a los abuelos, si los viera más a menudo igual sería más cariñoso con ellos. Que se lo haga mirar, joder, que son su padres. Los míos no tienen ninguna queja.

En mi opinión, sea por el tema que sea, nadie debería usar a los Reyes Magos como medio para imponer castigos. Máxime en un niño que todavía cree en la magia de la Navidad y que no entiende por qué los Reyes lo han castigado así, cuando conoce a otros que se portan igual o peor y sí reciben juguetes. A mí me parece un castigo muy duro a nivel emocional y no pienso permitir que lo vuelva a hacer. Creo que nos ha quedado muy claro a los dos.

 

Anónimo

 

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