Falleció de repente, sin pedir perdón y permiso, se la llevó el maldito COVID y aún no me puedo creer que no esté con nosotros. Ha dejado un hueco tan hondo en mi familia que ninguno hemos vuelto a ser los mismos desde entonces y ya ha pasado un año. Creo que mi hermana me abraza por las mañanas cuando despierto.
No paramos de reconcomernos con los «y si…» que ya ningún sentido tienen. Falleció CUATRO días antes de que sacaran la vacuna para su rango de edad. Se lo pegó mi padre (lo cogió en el hospital) y fue al médico ella por sí misma. Conduciendo ella el coche, lo que nos costó convencerla…
La veíamos mal, pero no para ingresar ni muchísimo menos. Ella solo sabía decir «con lo necesitados de camas que están, con la de trabajo que tienen, a qué voy a ir yo allí si solo estoy constipada», de constipada nada, tenía síntomas por todas partes. Respiraba fatal, tosía muchísimo y no dejaba de tocarse el pecho.
Como estaba aislada, después de que insistiéramos mucho, decidió hacernos caso e irse al hospital, sola y conduciendo ella. Llegó allí y todos nos esperábamos que le dijeran algo, pero no que la dejarían ingresada. Como era diabética le comentaron que mejor quedarse en observación alguna noche y ya no volvió a salir de allí.
Estuvo ingresada 17 días antes de fallecer. 17 días de dolor, de angustia, de rezar todos como si no hubiera un mañana y cada día era peor que el anterior. «La hemos conectada a esta máquina a ver si reacciona, tiene los pulmones encharcados y no responden, le hemos dado la vuelta y la hemos puesto bocabajo a ver si así reacciona». Y nada, no reaccionó nada.
No la volví a ver… quién me iba a decir a mí que no la volvería a ver. 38 años tenía, dos hijas preciosas y tanta, tanta vida por delante… Estoy escribiendo esto mientras lloro porque creo que necesito contárselo a alguien y no sé a quién, he cogido la posición de la fuerte, me he hecho con el mando y soy la que repite todo el rato «venga que ella seguro que querría esto o aquello».
Pero no puedo más, no tengo tanta fuerza, no sé echarla tanto de menos… Estas Navidades han sido las peores que se han vivido en mi casa, mis padres están hechos polvo, mi madre solo sabe llorar y repetir sin cesar «me tendría que haber ido yo, no te tendrías que haber ido tú».
Mi padre no puede más y casi no entra en casa, sus hijas están casi todo el día en silencio con lo parlanchinas que son y mi cuñado… mi cuñado no se encuentra ni a sí mismo.
Yo intento unir, yo intento reunir, yo intento consolar, yo intento hacer lo que sé que ella quería que hiciéramos, pero estoy cansada, estoy harta, estoy empezando a pensar que me estoy volviendo loca porque la siento, porque sé que está conmigo, porque no se lo he dicho a nadie, pero creo que me abraza por las mañanas.
Uf… lo que me está costando escribir esto, no puedo parar de llorar.
Yo siempre me despierto a las 6.30h porque antes me iba a andar una horita antes de empezar el día, ahora me quedo en la cama porque siento que está conmigo. Siento que me está abrazando, siento que me reconforta. La siento de verdad, os lo prometo, hasta me duelen los brazos, siento como si ahí alguien hubiera estado apretándome, es como que entro en un estado de duermevela en el que puedo hasta olerla…
Sé perfectamente cómo suena todo esto, por eso no se lo digo a nadie. Pero aunque esté yo loca, aunque sea mentira, aunque ella ya no esté… me hace tanto bien sentir que está ahí, aunque sean imaginaciones mías, me da tanta paz despertarme y por unos minutos creer que mi hermana del alma sigue aquí conmigo.
No sé muy bien qué espero al enviaros esto, no sé si lo publicaréis, no sé si alguien lo leerá alguna vez. Supongo que solo quiero soltarlo, dejarlo ir, escribirlo porque a decirlo en voz alta no me atrevo. Si has llegado hasta aquí… Gracias, supongo.
Quiere a los tuyos, abrázalos fuerte, diles cuánto los quieres y… se has perdido a alguien importante hace poco… Te abrazo, te entiendo y te mando toda la buena energía del mundo. Aprenderemos a vivir con su recuerdo, estoy segura.
Foto de Matheus Bertelli en Pexels
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