Mi hija está en China, pero no sé cuándo la conoceré 

 

Me voy a China, amigas. Estoy preparando el viaje desde hace tiempo largo. Lo malo es que no sé cuándo viajaré. Quizás en unos meses, tal vez en un año. O puede que en cuatro o cinco, si la cosa va bien. 

Lo tengo todo pensado. Qué llevaré en la maleta, qué diré nada más pisar aeropuerto y me salude el señor que tengo dibujado en la mente, la goma de pelo para sujetarme los bucles que se me hagan a lo Mónica en Friends cuando la humedad se apodere de mí, qué pediré de comer, qué visitaré durante las dos semanas de estancia, la gente diferente que conoceré… Pero nada de eso me importa, en realidad. 

Lo que me importa, acojona y paraliza un poco es si mi hija me aceptará. No la conozco aún, nunca la ha besado, abrazado, consolado por las noches, curado las heridas, escuchado su risa. Muchas veces pienso si sabrá qué es una carcajada. Porque en los orfanatos no debe de haber mucha diversión. Todo esto lo digo desde el imaginario, que igual mi hija está siendo feliz. Ojalá que sí. Mira que lo justo sé rezar, y es lo único que le pido al dios que no creo que haya. 

Y muchas veces pienso también en por qué no me dejarán ir ya a por ella, reunirnos, hacer piña y ser la familia que deseo ser desde que la maternidad llamó a mi puerta.

Le he puesto nombre en mi mente, pero no me atrevo a pronunciarlo en alto por si las cosas se tuercen y tengo que regresar a casa sola. He pensado qué hacer si tiene algún problema de salud y en si seré capaz de cubrir todas sus necesidades, sobre todo las emocionales. También tengo pesadillas cuando imagino que puede sufrir racismo o bullying, y me duele el corazón cuando echo la vista a su futura adolescencia y veo que alguien se lo parte a ella.

Sonrío como una chiquilla soñando una escapada juntas al monte, se me cae la baba pensando en cómo jugará con Summer – nuestra perra- y cómo irá creciendo hasta que ya casi no me necesite. Y a la vez tiemblo pensando en que ese día llegará, de la misma manera que me muero de miedo si me pasa algo y la dejo sola de nuevo.

He entendido que quiero a alguien a quien no conozco e, irónicamente, se me hace el sentimiento más natural del mundo. Comprendo ahora eso de que “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. Y cada vez me palpita con más fuerza e ilusión. Comento el tema con amigas, familia y mujeres que han estado o están en el mismo proceso que yo y nadie juzga. Hay quien pregunta por qué. Por qué quiero ser madre. Por qué adoptar. Por qué no inseminar. Por qué no pedirle “el favor” a algún amigo… Estas son las menos, pero yo solo respondo lo mismo: ¿Y por qué no? 

Sé que me meto en un jardín con espinas, pero confío en que la flor que salga de ahí será la más bonita, querida y cuidada de mi parcela.

 

Pizca de Vergüenza