Mi hija quiere mucho más a su padre que a mí.

¿En qué lugar me deja eso? No lo sé.

Normalmente me digo que no pasa nada, que es natural que los niños muestren preferencia por uno de los progenitores.

Pero hay días que me toca mucho la moral.

Me acompleja y me duele porque siento que lo ‘normal’ es que los bebés tiren más a la mamá, aunque solo sea por la teta, si son lactantes de pecho.

Pues es que yo le di teta a mi hija durante más de un año, como trece meses y dos semanas, aproximadamente. Y la muchacha es de su papi a muerte.

No quiera dios que se vea en la tesitura de tener que elegir a quién salva en un incendio, porque, vamos, ya sé yo que me toca morir.

De verdad, es que es una cosa escandalosa.

Imagen de Josh Willink en Pexels

He visto en cientos de ocasiones a niños que se hacen daño o se asustan y no hay forma de consolarlos hasta que llegan sus madres y, con un simple abrazo, consiguen lo que otros no han podido ni con chuches o la mayor de las gracietas para distraerlos.

En el caso de mi hija, que busquen a su padre.

 

Si se lastima no para de llorar hasta que le da un besito en la pupa su papi.

Si está malita solo le puede dar la medicina papá.

Si está roncha, mimosa, encaprichada, se le pasa con un chiste de su padre.

Si se despierta de una pesadilla llorando lo único que la consuela es un abrazo de papá.

 

Como niña y mujer que jamás tuvo una figura paterna en condiciones, me encanta que le quiera de esa manera.

Y a la vez no lo soporto.

 Me da una punzada en el pecho cada vez que me rechaza o que no soy capaz de calmarla. Sufro cuando veo que no estoy a la altura para ella. Me duele cuando, sin pretenderlo, me hace uno de esos desprecios.

Cuando obro el milagro de salir en hora e ir yo a recogerla a la guardería, la veo salir corriendo con su carita de ilusión, la posterior decepción en sus ojos y escucho esa pregunta tan repetida: ¿Dónde está papá?

Odio esas tres palabritas metidas entre interrogantes.

Las escucho cuando pide agua de noche y me levanto yo a dársela. Cuando llega a casa después de salir a pasear con los abuelos y abro yo la puerta. Cuando se enfada porque no le dejo hacer algo. Cuando le riño. Cuando le pasa algo y solo me encuentra a mí.

Imagen de Josh Willink en Pexels

A ver.

Mi hija me quiere, lo sé y así me lo hace sentir.

Pero el amor que siente por su padre es mayor.

Es algo evidente incluso desde fuera de nuestro pequeño círculo.

Supongo que la culpa, en parte, es mía.

No porque no la quiera, cuide y proteja como la que más.

Es culpa mía por haber elegido al mejor padre del mundo para ella.

Así que ahora me toca apechugar con ello, quedarme con la parte positiva y disfrutar de la maravillosa familia que formamos los tres.

Quizá algún día pueda llegar a empatar y hacerme un hueco a medias con papi en su corazón.

 

Anónimo

 

 

Envíanos tus historias a [email protected]

 

Imagen destacada de Josh Willink en Pexels