No me avergüenza admitir que soy una de esas mujeres que cambió a raíz de convertirse en madre. En el mismo segundo en el que di a luz, mi mundo empezó a girar en torno a mi hijo. Creo que lo disimulo más o menos bien, pero la verdad es que él es mi vida entera porque lo amo de una forma que ni yo me explico. A ver, os juro que soy una adulta normal y funcional, solo que estoy in love total con mi niño.

Aunque al principio pensaba que se me pasaría con el tiempo, que me acostumbraría y no resultaría tan abrumador, no fue así. O no he llegado todavía a ese punto, aun cuando el niño tiene ya siete años. El caso es que mi peque es la niña de mis ojos, que estoy deseando llegar a casa para estar con él y que me encanta verlo crecer. Es lo que mejor que he hecho en toda mi existencia.

Quizá por eso se me hace tan cuesta arriba el verano. Debido a mi trabajo, no suelo tener libre más que unos pocos días sueltos en época estival, por lo que el niño pasa las vacaciones en casa de mis padres. Aunque vaya algunas semanas a algún campamento, los horarios no cubren el mío, por lo que es más práctico que se vaya con ellos, que viven a apenas un cuarto de hora y todavía conducen para poder llevarlo y traerlo. Vamos, que menos mal que tengo la suerte de contar con unos abuelos más que dispuestos a ayudar y con la capacidad para hacerlo.

Porque no solo se queda con los abuelos en verano para estar más en modo vacaciones y cerca de la playa, en realidad pasa también mucho tiempo con ellos el resto del año.

Lo que quiero decir es que está mucho en Villa Abuelos, si bien es cierto que yo me paso por allí todo lo que puedo durante sus vacaciones. Conduzco media hora más cada jornada para ir a cenar con él e incluso a veces me quedo a dormir para perdérmelo lo menos posible. Pues estábamos los dos tumbados en la cama de su habitación en la casa de mis padres, comentando la jornada como si tal cosa, cuando le dije que le quería mucho.

Él me respondió que también me quería y se acurrucó contra mí. Y yo le dije de broma: ‘Más te vale. Tengo que ser la persona que más quieres en el mundo al menos unos cuantos añitos más’.

Y él replicó en el acto y con esa sinceridad de lo que sale del alma: ‘Eres la segunda que más quiero, porque a la abuela la quiero más que a ti’.

No lo hizo con intención de bromear ni de hacerme dañor, pero he sufrido cólicos nefríticos que me han dolido menos. Parirlo a él con la epidural solo en una mitad del cuerpo me dolió menos. No se lo dije, claro está. Sé que es bueno que quiera tanto a su abuela, al fin y al cabo, es mi madre, yo también la quiero mucho. Pero, bueno, ha sido un palo de los gordos, no mentiré. Llevo esas palabras grabadas a fuego y aún me queman cada vez que lo recuerdo. Joder, si es que mi madre es una mujer genial y tienen una relación muy bonita. Pero creía que yo estaba aunque fuese solo un peldañito por encima. Y resulta que no. ¡Au!

 

Anónimo

 

 

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