Si se dice que la base de todo éxito en la vida es confiar y creer en uno mismo, ¿por qué nos cuesta tanto reconocernos los méritos que hacemos?

Desde pequeños, nos esforzamos por hacer bien las cosas, por ser una buena versión de nosotros. Estudiamos, nos formamos, vamos por la vida intentando ser buenas personas, actuando de forma correcta. Muchas veces cometemos errores, somos humanos. Pero, ¿por qué si intentamos ser buenos con los demás, somos crueles con nosotros mismos?

Nos exigimos mucho, sabemos que podemos hacer cosas importantes. Damos todo de nosotros, pero en algunas ocasiones, no alcanzamos las metas. En estos casos, deberíamos ser compasivos y decir que no pasa nada, que lo hemos intentado a pesar de todo. Buscaríamos otro objetivo y lucharíamos por alcanzarlo.

Por el contrario, la inseguridad nos hace ser crueles. Nos reprochamos una y otra vez, no lo hemos conseguido, hemos fallado. Analizamos la situación y nuestro único culpable somos nosotros. Nos comparamos con los demás y nos parece poca cosa nuestra vida.

Unos tienen esto, otros tienen lo otro. ¿Qué tenemos nosotros? Somos nuestros peores verdugos y nos castigamos como si de una peli de drama se tratase. Nos fustigamos con el látigo invisible de la frustración y el fracaso como si el hecho de haberlo intentado no tuviese ningún valor. Nos hundimos y perdemos la fe en nuestras capacidades. No creemos que algo nos vaya a salir bien y nos llenamos de negatividad y pensamientos que no son reales.

¿Qué podemos hacer al respecto?

Quizás debamos preguntarnos:  ¿si con los demás no somos así, por qué lo soy conmigo? Somos la primera persona con la que debemos tener cariño y empatía. Darnos la oportunidad de fallar para coger impulso y hacer las cosas bien. A la gente buena y que se esfuerza, al final le va bien. Debemos ser más tolerantes, y no dejar que la inseguridad nos cree una imagen equivocada de quiénes somos. Podemos con todo y valemos mucho más de lo que nos imaginamos.