Mucha gente dice que Tinder es una jungla y la verdad es que puedes encontrarte absolutamente de todo (sobre todo en ciudades grandes). A mi me gusta compararlo con una máquina de gancho, de estas que por una moneda puedes probar suerte y llevarte un peluche. Normalmente te vas a ir a casa con las manos vacías, pero hay una historia urbana que cuenta que tu prima tercera consiguió sacar un muñeco allá por el año 1974. Así que tu sigues ahí, creyendo en el amor con ilusión, como debe ser.

Yo tenía ese pensamiento antes de que mi cita arruinase completamente todas mis expectativas en el género humano y estaréis de acuerdo conmigo en cuanto os cuente lo que sucedió.

Aquella terrorífica tarde de verano la aplicación estaba de capa caída, mucha gente se había ido de vacaciones y las opciones entre las que escoger ligue estaban más restringidas que un menú de la cárcel. Pero yo no me iba a rendir tan fácilmente y estaba dispuesta a encontrar a alguien majo con quien pudiese quedar, aunque fuese para tomar un café. Al final me saltó un perfil de un chico interesante, era muy guapo y teníamos mogollón de cosas en común, sobre todo en temas musicales. Como había química decidimos conocernos en persona y ver como cuadrábamos en directo. 

Una cosa llevo a la otra y la segunda vez que nos vimos terminamos en su piso más calientes que el volante de un Opel corsa aparcado al sol.

El piso del chico era un ático increíble y en el salón había un terrario de cristal que iba casi del suelo al techo. Pero como pasamos de refilón no me dio tiempo a fijarme en lo que había dentro. OJALÁ HUBIESE PREGUNTADO.

Cuando estábamos en la cama apunto de ponernos al tema le suena una alarma en el móvil, se gira y me dice con una sonrisa, “quieres darle de comer a Nebulosa” (nombre cambiado para proteger la identidad del reptil).

Coge una caja de debajo de la cama y sale disparado hacia el salón. Yo voy detrás corriendo sin entender una mierda de lo que estaba pasando. Una vez allí se pone enfrente del terrario y veo por fin a la iguana en cuestión, un bicharraco más grande que mi perro, con la mirada perdida, como la de un funcionario de tráfico. 

Procede a sacar CON LA MANO una cucaracha viva de la caja y se la ofrece a la iguana, que la pilla al segundo. A mí me dan muchísima grima los bichos en general pero las cucarachas están en el top 1. Qué queréis que os diga escuchar como aquel animal la masticaba como si fuese una palomita me cortó el rollo de golpe.

Mi cita, al verme más blanca que la pared, me explicó que la dieta de la iguana era muy variada pero que de vez en cuando le gustaba darle un caprichito. Yo abandoné completamente la conversación para reflexionar sobre dónde cojones estaba esa caja guardada y al final le miré fijamente y le dije al borde del ataque maniaco:

-¿¿¿Las guardas debajo de la cama???

A lo que él me respondió que sólo las guardaba allí cuando hacía mucho calor para que estuviesen en un sitio con una temperatura más o menos constante. Como yo no pensaba bajo ningún concepto abrirme de piernas en una cama a 15 centímetros de un surtido Nestlé de cucarachas, le dije que me había surgido una emergencia y tenía que irme. Me despedí de Nebulosa y salí como alma que lleva el diablo de aquel piso.

Barby.