Soy animalista, pero mato cucarachas

Desde que me hice vegetariana he tenido que aguantar comentarios impertinentes de todo tipo. Desde que era solo “una racha” hasta cosas como “Si te comieras un buen chuletón se te iban a quitar todas las tonterías”. Estos comentarios me recuerdan a las burradas que les sueltan a mis amigas lesbianas (cambiad “chuletón” por “rabo” y no precisamente de toro) y, de verdad, qué poca sensibilidad tiene el personal.

La conclusión que saco con esto es que la sociedad te ataca, por lo general, cuando te sales de la normatividad, pero bueno, mi drama de hoy trasciende de todo esto y trata más bien del cuñadismo y las contradicciones a las que me enfrento como persona que no come animales. 

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Si te sales de la normatividad de ser omnívora estás jodida, tata ya te lo digo. Si te vas a comer tus ensaladas de canónigos y tus bowls con semillas de cáñamo en casa no hay problema, pero en el momento en el que socializas te pueden llover ataques de todas partes.

Y es que el principal problema al que nos enfrentamos los vegetarianos es que para algunos somos unos radicales animalistas snobs que hablan desde el privilegio de poder permitirse salchichas de tofu y que entendemos que el toro de lidia vive mejor que ellos; para otros, somos unos chaqueteros, que no terminamos de posicionarnos y cuyos actos a favor de los animales siempre se miran con lupa puesto que siempre habrá alguien que sea más animalista que nosotros y que venga a restregárnoslo por nuestras caritas lavadas con jabón cruelty-free

Qué pereza, ¿verdad? Para muestra, un botón. 

He llegado a presenciar discusiones de todos los colores, pero sin duda me llegó al alma la historia de un matrimonio vegano en la que el marido le echaba la bronca a su mujer por haber echado un producto en el patio para una plaga de bichos. Le soltó una chapa de una hora alegando que ellos no merecían morir porque a ella le diera la gana. Vamos a ver, vamos a pararnos a pensar que igual la goma de los gayumbos te aprieta un poquito más de la cuenta, Francisco José, corazón. Si hay una plaga y, encima, tenéis plantas en casa, hay que tomar medidas. ¿O acaso vas a quedarte tan pancho con la despensa llena de hormigas robándote las galletas sin aceite de palma? 

Yo soy la primera que sería incapaz de irme de cacería o de pesca, pero a las cucarachas las mato. O sea, mi primer impulso es echarlas de casa, pero si se resisten o son voladoras… amiga, son ellas o yo. Me da pavor que echen huevos detrás de la lavadora y se me suban por la pierna mientras le echo el Mimosín a la ropa. Me niego. Hay cosas que son de sentido común, y una cosa es defender los derechos de los animales y otra ser un guarro. 

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Ahora va a resultar que si enchufas el antimosquitos eres un asesino a sangre fría y que tener velas de citronela en el salón es como el que tiene una catana en un expositor. ¿Un matamoscas se considera arma blanca? Qué fácil es juzgar cuando se actúa por inercia.

No es cuestión de que me dé igual o no la vida de un insecto, sino que implementemos cambios en nuestra vida cotidiana que de verdad supongan una mejora para la calidad de vida de los animales. Es una cuestión de sentido común y cuñados, como ya os adelantaba al principio, hay en todos los bandos.

Por no hablar, claro está, de que cada persona tiene su ritmo de evolución y que tampoco se pueden forzar los cambios. Hay quienes están dispuestos a escucharte y aprender cuando hablas de veganismo, antispecismo… y para muchos otros les están soltando una chapa infumable. 

Yo lo veo clarísimo. Da igual cuál sea tu posicionamiento ante todo esto, pero no le amargues la existencia a nadie. Haz casito a Timón y Pumba que eran muy sabios y vive y deja vivir

 

ELE MANDARINA