Se supone que una madre daría todo por ti, que te conviertes en su mundo desde el día en que naces hasta que su vida termina. Al menos eso es lo que veo en las madres de mis amigos y personas más allegadas, pero no es mi caso. 

Nunca llegué a entender el por qué, pero mi madre siempre ha cuidado más de mis primos que de mí. A mí nunca me ha faltado de nada, ni mucho menos, pero siempre sentí que ella miraba más por ellos. Además, mis primos tuvieron una vida difícil, mis tíos se metieron en mundos complicados, y mi madre se tuvo que responsabilizar. Incluso por encima de sus posibilidades económicas y emocionales. 

¿Y en qué lugar me dejaba eso a mí? Pues en el último puesto en el ranking de personas importantes para mi madre. Durante toda mi vida, fue muy exigente conmigo, bajo la excusa de que yo lo tenía todo, no como mis primos. Siempre me comparaba con ellos, lo que resultaba agotador. 

A medida que nos hacíamos mayores, yo me fui volviendo más independiente. Mi padre se había ido de casa cuando yo era muy pequeña, y no volví a tener contacto con él por motivos que ahora no vienen al caso. Por otro lado, mi madre me daba muchísima libertad, o más bien pasaba de mí. Con quince años llevaba una vida propia de una chica de veinte, iba y venía del instituto a la hora que quería, sin dar explicaciones a nadie. Me encargaba de hacer mis compras, mi comida, organizar mis actividades de cada día… y casi siempre estaba sola. Mi madre apenas pasaba tiempo en casa, por lo que no tenía ningún control sobre mi vida. En aquel entonces lo veía como una gran ventaja, lo que cualquier adolescente desearía tener: toda la libertad del mundo. Pero ahora me doy cuenta de que siento rencor hacia mi madre por no haber cuidado más de mí. Es cierto que nunca me faltó nada con ella, me pagó todos los estudios y me aseguró un futuro académico y laboral. Parte de la mujer que soy ahora, se lo debo a ella. Pero también creo que es importante que una madre esté presente, que dé soporte emocional a sus hijos, y no solo económico. 

El caso es que fui lidiando con todo ello como buenamente pude, o más bien reprimiendo lo que sentía y lo que quería, que era nada más y nada menos que el cariño de mi madre. Pero ahora ella pretende recuperar el tiempo perdido. Mis primos ya se han hecho mayores y no la necesitan, por lo que ella se siente vacía y quiere tener a alguien a quien cuidar. Y me ha elegido a mí para ello.

El problema es que esos cuidados se han convertido en control, control que a mis veinte y pico años ni quiero ni necesito. Supongo que no me queda más remedio que callar y aguantar. Al fin y al cabo, es mi madre, y por mucho rencor que le pueda tener, siento que es mi responsabilidad no dejarla sola. A pesar de que ella me dejara sola a mí durante mi infancia y adolescencia. Porque claro, mis primos, a pesar de haber recibido de ella todo lo que yo no tuve, ahora tienen su vida y muy poco tiempo para atenderla. He tenido que empezar a ir a terapia para poder gestionar todo esto. Al final, tengo muchos sentimientos encontrados, y aunque no tenemos por qué aguantar a ciertas personas por el simple hecho de compartir sangre, también resulta muy difícil alejar de tu vida a alguien que se supone que tiene que ser tu principal pilar, tu casa, tu familia. Precisamente es la familia lo que no podemos elegir. Si pudiera, por muy duro que me resulte reconocerlo, no hubiera elegido a mi madre.

Anónimo