Mi mejor amiga me hizo catfish
(Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real de una lectora)
¿Ni idea de lo que es el catfish? Yo tampoco la tenía hasta que lo sufrí. Se le llama así a la gente que abre perfiles falsos para hablar con personas a las que mienten sobre su nombre, su apariencia física, su historia o incluso su personalidad. Va mucho más allá de poner en Tinder una foto con el ángulo apropiado y varios filtros, como podéis imaginar. Es una práctica repulsiva que a mí me hizo mucho daño.
El mío es un caso insólito, pero no el único. Hay temporadas enteras de historias como la mía en Catfish, una serie de la MTV, algunos de cuyos vídeo podéis ver en Youtube. De esos que ves y piensas: “Está todo guionizado”. Os aseguro que mi historia no lo estuvo.
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Un soporte emocional
Un tal Aitor comenzó a seguirme en Instagram hace unos años. Apenas tenía contenido en su cuenta y contaba con pocos seguidores. En la foto de perfil me pareció mono, pero me olvidé de aquel nuevo seguidor hasta que, una noche, me abrió chat. Que qué tal estaba, que le gustaban muchos mis historias y posts y que parecía una chica divertida e interesante. Me pareció simpático y seguí la conversación, ¿por qué no? Solo estábamos hablando.
Hizo una breve presentación de sí mismo: su nombre, el lugar donde vivía y sus ocupaciones. Me estaba gustando hablar con él y comprobé que teníamos aficiones en común, así que repetimos al día siguiente. Y al otro, y al otro, hasta que aquello se convirtió en costumbre. Desarrollamos una relación online que me hacía sentir bien y, como no me sentía expuesta de ningún modo, porque él no me había propuesto nada más que hablar, seguimos chateando. Unas cuantas semanas después, nos agregamos a WhatsApp.
Aitor y yo hablábamos del día a día, de series, de música, de asuntos de actualidad y de cómo nos sentíamos. Él me hizo confesiones muy íntimas acerca de la relación con su familia y con sus amigos, así que yo también me abrí. Le conté cosas que sabía muy poca gente, por no decir nadie. Por entonces yo no estaba pasando por un buen momento, y Aitor se convirtió en mi refugio. Me sentía escuchada. De hecho, llegué a pensar que era la mejor relación que tenía. Con otras personas siempre había límites de tiempo o de atención, pero a Aitor solo me dirigía para contarle mi vida y leer sobre la suya. Y siempre respondía.
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Solo tras la pantalla
Mi mejor amiga, Nuria, sabía sobre Aitor. Le conté que había conocido a un chico en Instagram, que era majísimo, que teníamos mucho en común y que hablábamos casi a diario sobre nuestras inquietudes y sobre la vida en general. Ella se limitó a hacer algunos comentarios banales y poco más.
Comencé a sospechar de mi amigo porque, después de meses y meses hablando, siempre rehuía el momento de hacer alguna llamada o videollamada. Y ni hablar de quedar en persona, ni siquiera proponiéndole ser yo la que se desplazara. Siempre encontraba alguna excusa. Cuando no era que tenía que ayudar en casa, era que estaba con un amigo, o trabajando, o estudiando. Solo me mandaba fotos de vez en cuando, poco más.
Me llegó a decir que prefería dejar las cosas así, que la relación que teníamos le llenaba mucho y que tenía miedo de desvirtualizar y exponer nuestra amistad a los problemas habituales de las relaciones. Quise convencerle de que no tenía por qué ser así, pero, como cuando insistía el casi desaparecía durante días, lo dejé estar.
Todo esto yo se lo contaba a Nuria, claro, a la que le enviaba pantallazos y freía continuamente con las novedades sobre nuestra relación. Ella me escuchaba, me preguntaba y me daba algunos consejos, entre ellos, que lo dejara estar y no insistiera en desvirtualizar, que igual se perdía la magia.
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La revelación
Hubo algunos señales que me podían haber ayudado a descubrir el pastel antes, si no fuera porque, cuando eres tan ajena a algo que ni te planteas como posibilidad, no le das importancia alguna. Por ejemplo, Nuria un día abrió su Instagram delante de mí tras publicar una foto de las dos. Quise ver comentarios o “Me gusta”, pues vi que tenía en rojo las notificaciones, pero, cuando fue a revisarlas, IG le notificó que estaba al día. Me confesó que tenía otra cuenta para “stalkear” a un par de chicos que le interesaban, pero no me quiso dar detalles.
Estas y otras situaciones me sirvieron para atar cabos cuando un día, hablando con ella sobre Aitor, se refirió a una parte de la conversación que no podía saber, porque aún no se lo había contado. Cuando caí en la cuenta y le pedí explicaciones, comenzó a improvisar excusas, a mirar al suelo y a ponerse nerviosa, lo que resultaba muy elocuente. Estaba claro que sabía algo y no iba a dejarlo pasar.
La atosigué a preguntas, ella siguió dándome evasivas e hizo el amago de irse. Yo creía que ella también conocía a Aitor y llegué a pensar que hablaban de mí, pero no. Después de mil suposiciones surrealistas, se derrumbó y acabó confesándomelo todo. Que Aitor no existía, que era ella misma, y que llevaba la friolera de tres años (¡tres años!) hablando conmigo.
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El “nice guy”
Ya os podéis imaginar la explicación de alguien capaz de hacer algo así, ¿no? Efectivamente, me echó la culpa a mí. Me dijo que me había visto mal y que no había sabido cómo ayudarme, porque hubo momentos en que sentía que yo me estaba alejando de su vida.
También llegó a decirme que lo había hecho por protegerme, y me afeó las veces que yo me había presuntamente equivocado en mis relaciones con chicos. Que era muy inocente y que siempre me pasaba lo mismo, todo ello bien ilustrado con conversiones que había tenido con ella misma cuando se hacía pasar por Aitor. Como el arquetipo “nice guy”, el tipo que se hace pasar por tu amigo, te trata bien y cree que no merece estar en la famosa “friend zone”, sino tener una oportunidad contigo. Más la merece él, con lo mucho que te quiere, que todos los capullos con lo que te vas, según piensa.
Me fui a casa llorando tras nuestra discusión, con miles de preguntas sin contestar. ¿Por qué me hizo algo así? ¿Qué beneficio obtenía con ello? ¿Contaría las confidencias que le hice a Aitor? Estaba devastada.
Hablamos unas cuantas veces más, e incluso quedamos. Me llegué a plantear perdonarla y ceder a sus chantajes emocionales, creyéndome que lo había hecho porque se preocupaba por mí y que yo era una de las personas más importantes de su vida. Llegué a pensar que estaba enamorada de mí, pero nunca lo confirmé. Perdí la confianza, nuestra relación ya no fue la misma y, poco a poco, me alejé.
La perdí a ella y perdí a Aitor, que también se había convertido en un gran amigo. Una vivencia amarga que aún me hace ser desconfiada y seleccionar muy bien con quién hablo y cómo me relaciono con los demás.
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