Mi mejor amiga es inteligente, graciosa, atractiva, muy guapa, simpática, ingeniosa, le gusta leer, ama escribir y cuida de todo animal que se encuentra. También tiene mucho carácter, es despistada, caprichosa, bocazas y puede tener mucha mala leche. Y es bipolar.

Ser bipolar no es tener doble personalidad, ni estar loca del coño, ni estar triste y contenta a la vez. Ella, a menudo, sufre fobia social, ¡una persona tan sociable! Otras veces, sólo quiere dormir, se viene abajo con todo el equipo. A veces, está tan feliz que se come el mundo, quiere hacer mil cosas y salir y viajar. Y es justo entonces cuando me pide que la vigile, que evite que haga tonterías de las que luego, cuando se estabilice, se pueda arrepentir. Porque el subidón puede ser tan malo como el bajón en esta enfermedad de mierda.

 

Mano sale del agua.

Las enfermedades mentales, a menudo, son muy difíciles de diagnosticar correctamente. En su caso, ha pasado por otros diagnósticos antes y por muchos tipos de medicación. Si una de esas pastillitas mágicas no le sienta bien, le puede suponer una caída en el abismo. Algunas veces también le sucede con las que le iban bien, que dejan de hacer efecto. Ella misma dice que la química de su cerebro no funciona. Reconoce su problema y sigue los tratamientos y todas las visitas a médicos, psicólogos y psiquiatras que debe hacer para lograr estar bien, o al menos mantenerse dentro de una normalidad medio normal.

Hace poco, me confesó que se decía a sí misma «joder, ya tienes 40 años», pero luego también se decía «coño, has conseguido llegar a los 40». A menudo, piensa en cómo acabar con este sufrimiento, e incluso me ha descrito cuál sería su forma elegida para quitarse la vida. Pero ama demasiado precisamente eso, la vida, como para hacerse daño.

¿Cómo es para mí su enfermedad? No es nada fácil de sobrellevar. La veo muy de vez en cuando, pero mantenemos el contacto. Si necesita salir, procuro estar. Si quiere que la lleve a coger libros de la biblioteca porque no es capaz de salir a la calle desde hace meses y sólo quiere leer, intento llevarla y echar el rato con ella. Entre libros siempre se siente cómoda, mucho más que en un bar. Si quiere ir a comprar maquillaje porque está de subidón, la acompaño y de paso pico algo. Si necesita que le repita tres veces por qué no debe comprar esa camper, se lo explico cuatro. Si quiere ver una peli mala en el cine, acepto.

Una mano sujeta a otra.

Sin embargo, también sé que no puedo hacer planes con ella, me quité hace tiempo de la cabeza planear cualquier cosa con tiempo de antelación porque no sé cuándo va a estar bien y cuándo no. Y eso es muy duro, ni siquiera sé cuándo será la próxima vez que podremos ir al cine a ver una de las pelis malas que a ella le gustan. Casi nunca está, pero al mismo tiempo está siempre.

Tampoco tengo muy claro cómo debo comportarme o qué espera de mí. Ni sé distinguir, en ocasiones, cuándo es ella la que habla y cuándo es la enfermedad, porque no es nada fácil separarlas y mantener la cabeza fría. Es como una moneda: sabes que tiene una cara y una cruz, pero son un mismo objeto y tienen el mismo brillo y las mismas sombras. Ella es y su enfermedad es con ella.

Mano de mujer sobre cristal.

Son más de 25 años juntas, más cerca o más lejos, pero ahí. Yo sé que puedo contar con ella y espero que sepa que puede contar conmigo. A los amigos y familiares de enfermos mentales deberían darnos un manual de instrucciones para ser capaces de hacerlo mejor con ellos, porque estoy segura de que la he decepcionado muchas veces —y ella ha sido muy dura conmigo otras tantas —, pero nada, nos las apañamos como mejor sabemos. Total, tampoco nos dan manual de instrucciones para tratar con gilipollas y lo hacemos todos los días.

Me quedo por aquí, por si le apetece darme a leer algo que haya escrito. Yo le pasaré este post.