Siempre fui una persona tímida, cargada de complejos y de inseguridades. Mi adolescencia no fue fácil, mientras mis amigas salían de fiesta, conocían a chicos, yo me pasaba los fines de semana encerrada en casa estudiando. Mis padres fueron siempre muy autoritarios y controladores. Me crié en un ambiente muy machista, me metieron en la cabeza que eso de andar con chicos estaba mal, que era de chicas fáciles.

De repente me vi con 28 años aún virgen, nunca había tenido novio, ni siquiera un rollete. Mi vida había estado marcada por la inseguridad y la falta de confianza en mí misma, me costaba relacionarme con los demás y sobre todo con los chicos.

Cansada de esta situación, decidí a tomar el control de su vida y buscar ayuda profesional. Fue así como llegué a la consulta de una psicóloga, que escuchó mis temores y frustraciones. Después de una serie de sesiones, mi psicóloga me sugirió algo que me dejó sorprendida: «Deberías considerar seriamente la idea perder tu virginidad con quien sea, sin darle demasiada importancia al acto en sí mismo».

Flipé con el consejo de mi terapeuta. ¿Qué me acostara con cualquier tío al azar? ¡Pues sí! Me dijo que en los tiempos que corren ser virgen tan mayor es un estigma, algo que el resto de sociedad considera malo, que te hace ver como una persona rara. Que debía deshacerme de los complejos y la ansiedad que me rodeaban en torno al sexo, y que una experiencia con alguien por el que no tuviera unos sentimientos afectivos, podría ser una oportunidad para empezar a despreocuparme y dejar de lado mis inseguridades.

Además, que tendemos a darle demasiada importancia al acto sexual, más de la que tiene. Que lo mejor es hacer cómo cuando te quitas una tirita, rápido y sin pensarlo, para que no duela. “La primera vez siempre suele ser una mala experiencia, cuanto antes te la quites de encima, pues mejor” me dijo la psicóloga.

Tras meditarlo durante un tiempo, decidí que era el momento de tomar una decisión valiente y dejar atrás mis miedos. Entendí que mi psicóloga me estaba proponiendo una forma de empoderarme y liberarme de las cadenas que la ataban. Así que me descargué Tinder y comencé a hablar con hombres.

 

Al principio, lo reconozco, lo pasé mal, porque tener que poner una foto mía en la App me daba pavor, pero me enfrenté a ello, busqué una foto en la que me viera favorecida y la subí. Y no me faltaron pretendientes, un montón de chicos empezaron a hacerme match. Tras hablar con varios de ellos me decidí por uno, Rubén, 35 años, en las fotos parecía un chico de lo más normal y tampoco destacaba con su conversación, pero como lo que yo buscaba era un chico para perder la virginidad y no experimentar sentimientos hacia él, pues me sirvió.

Se lo dije claramente, “quiero tener sexo contigo”. Y él me contentó “¿Cuándo y dónde?”. Para nuestro primer encuentro, alquilamos una habitación de hotel, que pagamos a medias, y una vez allí dimos rienda suelta a nuestros instintos. Al final no estuvo tan mal como yo me esperaba, creo que, al no sentirme presionada por gustarle al chaval, me dejé llevar. He de reconocer que, cuando acabamos, me sentí culpable, como si hubiera hecho algo malo. Había una vocecilla en mi cabeza que me decía “eres una guarra”… supongo que tanto años de manipulación paterna no se pueden dejar atrás en una noche.

Una vez perdida mi virginidad, me propuse seguir trabajando en mi crecimiento personal y aceptación, sabiendo que era capaz de superar cualquier obstáculo que se presentara en su camino.

 

Anónimo