A mi pareja y a mí nos costó tres años quedarnos “embarazos”. Como tantas mujeres, tuve que pasar por un procedimiento de reproducción asistida y numerosos abortos, con el consecuente desgaste mental que conlleva. Cuando por fin vimos el positivo, tardamos en compartirlo por el temor a la pérdida. De igual modo, a nuestros padres lo comunicamos antes que al resto de familiares y amigos. ¡Qué gran error!

Confiamos en que nos guardaran el secreto y fue así, al menos, por parte de casi todos. Mi suegra no pudo contenerse y empezó a rular la noticia a todo su entorno, incluso a la familia y amigos que teníamos en común y a la que aún no habíamos informado.

No es amor, es obsesión

Aprendimos y no avanzamos ninguna noticia más. Sin embargo, ella se obsesionó. Quería comprar mil cosas, pero NECESITABA saber el sexo del bebé para comprar en sintonía. La tontería del azul y el rosa, del osito de peluche con un lazo o con corbata. Ella es así, de clichés, y no había día que no preguntase si ya sabíamos el sexo del bebé.

En la ecografía de las 12 semanas, la doctora no se aventuró a confirmarnos qué genitales traía nuestro feto. Compartí la foto en el grupo de familia, transmitiendo el mensaje de la profesional que nos había atendido y citándoles para una reunión de revelación de sexo al mes, cuando me hiciese una ecografía 3D en la semana 16.

Ofuscada y frustrada, llevó mi ecografía a la amiga de una amiga que trabajaba en el hospital como matrona y se la enseñó. Aquella señora le comentó que no había dudas: era un niño. Ella, en vez de esperar a la fiesta de revelación que con tanta ilusión habíamos organizado, publicó a los cuatro vientos (redes sociales incluidas) la noticia de que esperaba un NIETO.

Destruyó mis ilusiones

Ignoráis la rabia que me dio. Llamadlo hormonas, pero lloré muchísimo. De rabia e impotencia. Cuando mi marido habló con ella, se defendió diciendo que le habíamos mentido con la intención de mantenerla al margen. Ni yo sabía el sexo de mi hijo cuando ella se dedicó a publicarlo a diestro y siniestro.

Suspendí la fiesta de revelación.

Han pasado 4 años y aún guardo el menaje y decoración que pensé utilizar en aquella fiesta. Sé que es una tontería, pero había sido un camino tan arduo, tan cuesta arriba, que necesitaba esa celebración y ella me arrebató con un clic la ilusión.

Pero falló

Sí, falló. Convencida de que era un niño, sugiriendo nombres y comprando ropa azul, mi ginecóloga me informó que esperábamos una niña. Una hermosa niña con la que nadie contaba después de que mi suegra se entrometiese.

Ahora, por lista, tardamos en sacarla de su error. Además, se enteró por redes de lo equivocada que llevaba estando desde hacía semanas. Nosotros no somos de airear nuestra vida privada a través de nuestros perfiles públicos, pero tuvimos la maravillosa idea de devolverle el golpe a mi suegra a través del mismo canal que ella había usado. No podía creérselo, que le estábamos tomando el pelo, que la amiga de su amiga no podía fallar. Pero falló y ella ya no podía cambiar su ropa azul.

 

 Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real.