Me casé muy joven. Tenía apenas 19 años cuando me quedé embarazada y mi familia, ‘de bien’, me ofreció dos alternativas: abortar o casarme. Yo estaba plenamente enamorada del “el malo” del instituto. Era mi primera relación, aunque yo sabía que mi nombre solo ampliaba una lista de innumerables conquistas por su parte. En cualquier caso, y ante la problemática en la que estábamos, él y yo hablamos de que lo mejor era formalizar la relación y casarnos.

¡Nos casamos!

Con la decisión tomada y el tiempo en nuestra contra, no gané para disgustos. Descubrí muchas cosas por el camino. Supe que tenía antecedentes penales, un hijo no reconocido y una exnovia bastante tóxica. Además, su familia no me quería y solo dificultaban más las cosas. A pesar de todo, decidí ocultar esta información a mi familia y continuar con la boda. Mis creencias me impedían abortar; sin embargo, por otro lado, tenía miedo de afrontar la vida como madre soltera. Entendedme, os estoy hablando desde el futuro, con la experiencia de décadas a mis espaldas. Ahora la cosa sería muy distinta, pero en la época…

Si bien en otra ocasión os puedo ampliar el resto de problemáticas, hoy me voy a parar en la exnovia tóxica y la suegra que me rechazaba. Eran íntimas. Amiguísimas. Uña y mugre, culo y mierda. Siempre juntas. Tuvimos, incluso, que echar a al ex el día que habíamos quedado con mis suegros para contarles la noticia del embarazo y el consecuente matrimonio. Ella estaba allí. Día y noche. Era la hija que mi suegra nunca tuvo y entre ambas intentaron hacerme la vida imposible.

Mi pareja era muy madrero. No criticaba su amistad con esta chica, tampoco le establecía ningún límite. En cambio, a mí me pedía que luchara por llevarme bien con ella, ya que era importante para él. Lo intenté, lo juro que lo intenté, pero ella solo me comparaba con la ex y batallaba por dejarme en mal lugar y en evidencia, creando roces innecesarios con mi novio.

Y la ex vino a la boda

La invitó a mi boda. Una boda a la que solo puso pegas. Ni puso un duro ni tampoco apoyó. No aportó nada más que quejas e invitados. Cuando mis padres, con su buena fe, le anunciaron que tenía rienda suelta para invitar a sus más allegados, ella extendió una invitación hasta al cartero que apenas saludaba en el día a día. Una boda de 300 invitados, siendo más de la mitad de su parte. Incluida, la exnovia tóxica.

Fue lo único que le pedí a mis padres: “Echadla”. Me daba igual la doña de la carnicería o el cartero, la prima del pueblo o el taxista. No quería a la ex en mi vida y mi padre me consintió, pero eso ocasionó que mi suegra abandonara la boda y mi novio, ya marido, estuvo sin hablarme más de una semana.

¡Feliz Navidad!

Una discusión que se extendió hasta Nochebuena, a los 15 días de nuestro enlace y con 26 semanas de embarazo. Para suavizar el ambiente, acepté cenar en Nochebuena con mis suegros. Ah, y la exnovia tóxica. Allí estaba. Con su sonrisa y su regalo debajo del árbol para mi marido, todo con el beneplácito de mi suegra. Entre las dos, le pelaron las gambas, le cortaron el solomillo y le sirvieron del vino bueno en los platos caros. Ambas lo consentían, haciéndole ver que era mejor la vida con ellas, no conmigo. Y es que yo estaba allí, amargada, con cara de perro y con las hormonas al borde de poseerme. Solo quería darle un par de hostias a todos, siendo yo el ser más pacífico del planeta.

Aguanté, tragué nudos y superé la peor Nochebuena de mi vida. En la que veía cómo otra mujer intentaba camelarse al estúpido de mi marido, que se dejaba querer por ella y su madre. En cuanto pude, volví a casa de mis padres y le pedí tiempo.

No supe de él hasta el parto. Mi suegra se encargó de restregarme por la cara la bonita relación que habían tenido los dos durante “mi necesidad de tiempo”. Él, por su parte, imploró perdón. Me aseguró que se había equivocado, que no quería saber nada de ella ni de su madre, que quería volver conmigo y formar una familia con nuestro bebé. Y, siento decepcionarte, pero acepté sus disculpas.

Aunque a día de hoy estamos separados, cumplió su promesa: nunca más ha vuelto a ver a su ex ni a su madre.

 

Relato escrito por una colaboradora basado en una historia real.